La semana pasada, querida ciudad, se suscitó un diálogo matutino entre el presidente Andrés Manuel y el periodista Jorge Ramos. Montones de reacciones -hacia todas direcciones-, memes y fragmentos de video rondan todavía las redes. No es para menos: el encuentro en la conferencia matutina del ejecutivo partió la dinámica habitual en la que el mandatario profiere largas ideas, un grupo de reporteros lanza una pregunta y es respondida por otra ronda de ideas largamente expresadas que pueden estar considerablemente alejadas de la pregunta inicial, como los extractos en video que se comparten en redes evidencian. El inusual diálogo fue un remanso, ciertamente democrático, en el que la discrepancia en la percepción de qué tanto estos tres meses de gobierno han logrado conseguir para revertir la ominosa tendencia de homicidios motivó que incluso se mostraran las gráficas que le son presentadas al presidente diariamente previo a la conferencia de prensa.
Algunos avezados matemáticos critican con firmeza al presidente explicando que multiplicar el promedio diario que su gráfica mostraba por treinta días de un mes justamente resulta en las cifras de las que Ramos hablaba. Querida ciudad -escenario del diálogo en el ágora chilanga-, tratemos de alejar el foco. No porque el tema sea intrascendente. El punto donde periodista y presidente se encontraron fue reconocer que la violencia es el problema más urgente y apremiante en México. Tampoco porque no importen los números. Que no se nos olvide que esos números son el símbolo de pérdidas irreparables, de familias alteradas para siempre por la violencia rampante. Conocer el tamaño del problema, ambos interlocutores también conceden, es harto importante para tratar de solucionarlo. Conocerlo con precisión tiene mucho sentido.
Pero ya han dicho plumas plenamente más calificadas que ésta cuanto habría que subrayarse en este diálogo en términos de la estrategia de seguridad nacional. Pensemos en el vehículo, el medio, el diálogo, justamente. El ruido que provocó es directamente proporcional a lo inusitado que era ver un ping pong de ideas en estas conferencias. No porque no hubiese preguntas, sino porque las respuestas no daban pie a otra réplica del otro lado, o se desviaban a otros asuntos o metáforas que hacían que quien formulaba la pregunta estuviese ya muy lejos de replicar.
Celebremos el respeto de ambos interlocutores por la voz del otro. No hubo intentos de silenciar o interrumpir bruscamente por ningún frente. Claro que es incómodo, como debe ser el debate y contraste de ideas, la dialéctica. De ahí lo valioso de exponer las ideas a sabiendas de que van a salir abolladas. Precisamente la intención del diálogo es que los dialogantes sigan su camino con algo distinto, no únicamente convencidos de que las ideas que resultaron victoriosas en el debate fueron las propias. Así se ve la libertad de prensa y nuestra inacabada pero al menos todavía viva democracia.
Pero no dejemos de hacer anotaciones al calce. Que la experiencia del diálogo le venga de refresco no sólo a nosotros como opinión pública, no sólo a los periodistas que se dan cita todas las mañanas en Palacio Nacional. Ojalá, respetuosamente y en el mejor de los tonos, que le venga como una bocanada de aire al presidente Andrés Manuel. Que no sea un ejemplo único donde preguntas, respuestas, réplicas y contra réplicas fluyen de todas direcciones. Que no sea el diálogo un privilegio VIP, porque se trataba de Jorge Ramos. Que, como dijo el presidente, les produzca el mismo gusto tenerlos ahí a todos, como prensa mexicana, alzando la mano y dialogando.
Más todavía, que este mecanismo tan viejo como la voz humana le sirva al poder ejecutivo en el resto de los frentes y aristas. ¿Los titulares de las secretarías federales sentirán también que un diálogo similar caería como refresco a su interacción cotidiana con el presidente? El deseo no es menor: que nuestro presidente halle la riqueza no solamente en escuchar, sino en construir mejores ideas en colectivo.