No habías terminado de recuperar el aliento del fin de semana pasado tan abrupto, querida ciudad, cuando te pusiste el atavío de gala, recibiendo en el querido Metropólitan al también querido por ti y tus chilangos Jorge Drexler. Pongamos que fueron un par de noches de concierto, pero concentrémonos en la primera. No por su naturaleza de llegar anticipada ni porque haya sido mejor que la segunda –como si fuesen comparables momentos libres de pena semejantes- sino porque, a decir verdad y citando al propio Drexler, ese veintidós de febrero no debía ser. Estaba fuera del libreto universal y tú, querida ciudad, que puedes poner en paz por un fin de semana las placas tectónicas y más, abriste un hueco en el calendario para hacer dos fechas y no una, para sacar dos conejos del mismo sombrero. De ahí el encanto de esa primera noche, que fue un error en la Matrix y que nos regalase Jorge a nosotros y viceversa.

No es menor, en ningún sentido, duplicar las fechas como quien multiplica los panes y los peces. Y tampoco fue el único sortilegio de la visita de este compositor trashumante. Se sabía que la excusa de esta parada en la capital era la publicación de su trabajo más reciente–Salvavidas de hielo- un compendio de canciones que se condensan en una oda a la guitarra. Simpatizo enormemente con Drexler porque, antes de acomodarlo taxonómicamente en el phylum de los compositores, obligadamente debe considerarse su pertenencia al reino de los contadores de historias.

Y Jorge sabe bien que hay historias en todos lados, lo mismo en una declaración de impuestos que en una tragedia griega. Es tan consciente de ello que nos plantea a nosotros, tus chilangos, ciudad, como personajes centrales de un ejercicio. Nos propone el ejercicio metafísico de considerar un agujero circular proyectado en el telón del teatro como la boca de una guitarra, con sus mi-si-sol-re-la-mi haciendo sombra. De aquel lado, el cielo. De este lado, desde el escenario hasta la última butaca, estamos todos metidos en el cuerpo de esa guitarra inmensa, cuyos márgenes son los propios del Metropólitan.

A partir de ahí, de ese segundo hechizo en la primera noche fantasma, todo lo demás sucede como en realismo mágico. Como si sacar un faro de la chistera fuese cualquier cosa. Y lo pone a uno a pensar en qué acaba siendo Jorge Drexler al final del día. Ese músico que se acerca a las canciones con un espíritu científico. No se olvide cómo ha explorado la frontera de la canción con sus creaciones combinatorias, colgando una aplicación para que cualquiera con un teléfono pudiera hacerlo, cantar en secuencias casi infinitas. O ese caballero de pinta discreta y pasos de baile extravagantes que saluda de mano a sus músicos. Que se preocupa por dar una función orgánica. No dejando que las percusiones y las voces suenen tan potente como se pueda sino poniendo cada cosa en su nivel adecuado. Haciendo que un susurro suene como un susurro, un eco como nostalgia y un grito como la euforia misma. No en vano pone en manos del productor de su disco más orgánico –Amar la trama, grabado a la vieja usanza, todos al mismo tiempo en un teatro sin opción de hacer de la canción un listón copiado y remachado- la mezcla de sonido de la noche duplicada.

O a lo mejor acaba siendo un mago. Pero al estilo de los tres reyes andariegos. Que lo mismo pudieron ser hechiceros que unos sabios y, para el caso y los propósitos de aquella historia, vaya que eran magos. Un mago que funde en un mismo momento sonoro las leonas y jaranas jarochas con coros distantes de Tom Petty, y sentidos epitafios a Cohen a dos voces con Mon Laferte y David Aguilar. Un mago que equilibra su función no recetándonos todo su disco nuevo como suele hacerse tan pesadamente ahora. Sino llevándonos de un lugar a otro de un mapa emocional que él también va descubriendo. Rasguñando esa América ignota de sus primeras canciones a guitarra limpia y luego llevándonos a las islas apenas ubicadas con GPS de sus más recientes producciones.

Y en el camino, plantando cara a los problemas más vergonzosos de esta posmodernidad. Dedicándole a los dreamers el concierto y poniendo el dedo en esta llaga tan larga como el río Bravo y tan dolorosa como la frontera, con sus muros y sus sinrazones. Él, ese mago científico que habla con conocimiento de causa de la migración y el equipaje. Sin quitarse el traje de Merlín explica con profundidad lo que parece ser una obviedad: mudarse es complicado, y lo es más para quienes no tienen más remedio, para quienes ven cerrarse tras una oficina de migración toda la vida y certeza que conocieron hasta ahora.

Hace todo eso mientras nos receta una a una las canciones, aderezadas de la historia detrás de ellas, como cuando el abuelo cuenta una historia con un preámbulo casi más bello que el cuento mismo. Y lo hace contento de estar aquí, y sin subestimarnos, cosa que se agradece montones. Hace del público un cómplice, un compañero, un sputnik. Nos convierte en multi instrumentistas cambiando palmas por chasquidos, nos marca el tiempo como un director de orquesta generoso y afectivo. Dejamos de ser público para convertirnos en parte del interior de esa guitarra, del modo mismo en que el teatro deja de serlo para convertirse en pista de baile.

Pero qué hago contándote todo esto, querida ciudad. Si tú sabes eso y todavía más. Tanto que, meses antes, recibiste a un Drexler alquimista que vino aquí mismo a transformar y grabar las últimas canciones. Que vuelve con la mano firme en un remo con forma de guitarra, haciendo del remo, la guitarra, su último disco y todas las historias que acarrea un último truco: convertirse en búmeran. Y devolvernos eso que grabo aquí pero que ahora suena en todos lados y tan distinto, ponerle calma a esta temporada de temblores tan sufrida, querida ciudad. Acaso sea un reino desconocido todavía entre el mago y el científico espiritual. Pero a lo mejor también es de esa especie rarísima –por fuera de serie- de alquimistas. De cualquier modo, qué demasiado es que seas tú, querida ciudad, el lugar desde donde se lanzó el búmeran. Hasta la otra, querido Jorge.

Escritor e investigador del CIDE.
@elpepesanchez

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