Ya nos puedes ver, querida ciudad. Apenas botamos el paraguas y empezamos a discutir manoteando sobre la marca CDMX . Tu marca, dicen. Y como en todo hormiguero sobrepoblado, hay militantes de los dos bandos. Los hay quienes miran en el cambio de imagen institucional un retroceso, que echaría por la borda un buen rato de posicionar las siglas en negro y rosa, quienes ya habían mandado hacer un montón de playeras y gorras cedeemeequis. Ésos mismos aseguran que en todo el mundo te dicen así y que era una necedad confusa seguir cambiándote el nombre , como Joan Sebastian. Están, además, los que aseguran que nadie les preguntó si querían que se hiciera el cambio, que por muy constitución local y entidad federativa, les gustaba más D.F., e incluso hay quienes se remontaron a la vieja Tenochtitlan para decir que saben mejor que nadie tu nombre de pila bautismal.
Que hay un trasfondo político de por medio, claro. Una necesidad imperiosa por desaparecer y triturar iracundos todos los fólders de la pasada administración y hacernos de unas hojas membretadas dignas de la 4T (para ponernos en el ánimo de las siglas y los #hashtags). Pero, aunque tengan buenas intenciones, pecan de optimismo los que piensan que los nombres se deciden, se eligen. ¿Ya se nos olvidó cuando intentaron cambiarle el nombre al Estadio Azteca? ¿Quién llama al Ángel de la Independencia por su nombre de soltero (¿soltera? Dejemos la discusión bizantina para otro texto). Me pongo imaginativo y pienso en los romanos. A ver, acabamos de anexarnos otro pedazo de Europa. Vamos a preguntar a quien vaya pasando por el Coliseo si les parece que mandemos hacer unas túnicas con el “Senatus Populusque Rōmānus”.
Y es que uno a veces ni te dice por tu nombre, ciudad. Porque aquí estamos y eres nuestra casa . Como también es normalmente poco común que usemos mucho el nombre de nuestros padres. Son títulos muy formales que se cambian por unos más cariñosamente cotidianos.
Vaya, no es que sea ingenuo. Entiendo que la marca ciudad sirve a un montón de propósitos , desde abrirte paso a codazos en las tendencias de redes sociales hasta posicionar campañas turísticas poniendo unas letras gigantes como si el Zócalo fuese un refrigerador al que amontonamos imanes. Yo entiendo, son negocios. Pero hay algo ligeramente poético en esas explicaciones de los expertos de mercadotecnia y defensores de las marcas país y ciudad. Nos explican qué tan buen trabajo han hecho empezando con qué tan posicionada está la palabra. Y yo no dejo de pensar en el Zócalo y los imanes de refrigerador. ¿Posicionarla dónde? ¿En qué posición la queríamos? (sin albur premeditado) ¿Cuándo nos volvimos tan metafísicos, tan filosóficos tus chilangos?
Pero hay, te decía, cierta belleza en esa explicación de eficiencia en el mercado. Porque parte de la premisa de que una palabra repetida a la millonésima potencia hace que existas, que tengas un lugar en el mapa. Yo sé que no necesitas de mis retuits ni de los de nadie para saberte viva, ciudad. Va a cumplirse un año ya del diecinueve aquél tan sórdido, no creas que no me acuerdo. Y aquí sigues, dejando que te pongamos imanes con un nombre y con otro, generosa. Pero no me dejarás mentir que tiene su encanto el que pongamos la palabra por encima de todo. Porque implica que descubrimos este mundo tan excesivamente explorado y televisado con la boca, pronunciándote. Existes por que te nombramos, porque te decimos, como sea que te digamos.
Así que déjanos seguir esta empresa sin sentido, cambiándote el nombre y la fuente con que se escribe. Porque incluso llenando de letras el refrigerador de la plancha del Zócalo, aunque tuviéramos el aliento para inundar de tuits todo lo que significas, no habría manera de meter en ninguna marca lo magnífica que eres como ciudad . No desdeño el esfuerzo de quienes buscan encapsular en un concepto la cosa tan tremenda que eres, pero sería como meter un portaaviones en una botella de vidrio. Ojalá cupieran en un puñado de letras nuestra querida y -más ahora- lastimada Ciudad Universitaria, el Bosque de Chapultepec, los ajolotes que le quedan a Xochimilco. Ojalá cupiera la mitad de una orden de tacos al pastor entre la C y el MX. Ya se nos pasará, querida ciudad. Como toda pelea de hermanos, como alguna vez quizá se pelearon por el nombre los romanos.