A estas alturas del partido, corríjame si me equivoco, acaso la mejor estrategia sea hablarnos derecho. Yo voté por Andrés Manuel. En este momento, su cerebro está practicando una cantidad impresionante de cálculos y operaciones que redundan en colocar estas palabras y a quien las escribe en un cajón de los dos más repetidos en estos días. Antes de terminar un respiro, usted ya me colocó una etiqueta.

Más allá de elogiar la velocidad del cerebro humano, esta nota tiene la complicada pero humilde encomienda de alzar la bandera blanca, al menos entre nosotros. Por alguna razón, al humano se le dan con facilidad las dicotomías. Con melón o con sandía, blanco o negro, chairo o fifí. No nos da la discusión para un tercer inciso. La polarización que se suscita en este tiempo enrarecido en el que el presidente electo ya hizo y deshizo más de lo que uno hubiera sospechado de sus primeros cien días ya en funciones ha pasado por la lente de cabezas pensantes que le buscan explicación. Claudio López-Guerra, amigo a quien recomiendo harto seguir en Twitter (@clopezguerra1), lanzó en uno de esos tuits sabios como haikús que le caracterizan, una tipología de lopezobradoristas, que sería luego complementada por otras voces. Gibrán Ramírez discurrió también sobre un lado de este esfuerzo taxonómico y luego, a manera de meta-discusión, Carlos Bravo Regidor ponía a prueba los argumentos que tratan de poner luz sobre un solo asunto: ¿cómo es que nos seguimos peleando?

Yo entiendo, que nos tomamos muy en serio nuestro papel de ciudadanos en el periodo de campañas. Que las redes sociales son combustible para nuestros fósforos de crítica y propaganda hacia uno u otro lado. Cada quien tenía a su gallo, razones sobradas para detestar los colores del equipo contrario y la razón siempre en su trinchera. No es el punto ahora preguntarnos quién tenía razón ni recetarnos una docena de telodije todas las mañanas. El hecho de que esta maraña de juicios y prejuicios nos afecte, nos caliente, obedece a que en juego está nada menos que el futuro de México. Como siempre.

Pero vayamos haciendo un esfuerzo por tragar lo siguiente: ya pasó. La contienda, cerrada, tramposa, abrumadora, terminó en julio. El sucesor electo está, y por más memes que usted y yo compartamos, asumirá con toda certeza la administración federal en diciembre. ¿Nos sirve de algo conservar o crear nuevos bandos para pelearnos entre nosotros? ¿Hacen ruido dos árboles cayéndose mientras se tachan de brutos uno al otro si no hay nadie que los escuche? Así de absurdos andamos, inclúyome.

La intención de esta nota dispersa es una sola, como decía arriba. Yo levanto mi bandera blanca del color de este archivo de texto. Queridos amigos de Facebook y Twitter: no me tienen que convencer de nada. No a mí, para ser precisos. Si saben más del tipo de cambio que el bróker más bróker de las películas, de suelos propicios para el aeropuerto, del impacto ambiental de un tren en medio del verdor, de cómo se hace una consulta, necesitamos sus aportes en un lugar menos azaroso que un muro de redes sociales.

Yo voté, como muchos, por un candidato porque consideré que comulgaba con algunos objetivos que se propuso. Porque creí -y todavía lo creo- que algunas cosas sería capaz de lograr y otras, definitivamente en seis años, ni de cerca. Sabía, quitándome las lagañas de ingenuidad, que habría equivocaciones, desdichos, compromisos. No estoy justificando a nadie más que a mí. Voté sabiendo que no había una opción perfecta y que quizá nunca la habrá.

Asumo con toda entereza el pedazo de democracia que me toca, el destino que elegí para mi ciudad y país por los años venideros. Me dolerá como a cualquiera que la violencia no encuentre freno, que no le encontremos salida a la corrupción, que la inequidad en el país sea grotesca, paradigmática. Y estoy seguro de que todos simpatizan conmigo en lo esencial. Incluso quienes, a veces divertidos, otras enojados, me envían ligas con información, memes y videos sobre nuevas decisiones que les parecen inauditas. Nadie quiere que las cosas empeoren. Ahí está el denominador común entre chairos y fifís: todos vivimos en el mismo país, en vecindarios colindantes.

¿A qué voy con todo esto? Discutamos, que no se duerma ese espíritu de contrastar ideas hasta que las cosas encuentren orden. Pero sabiendo que ni usted ni yo es hijo, empleado o amigo del presidente electo o de su equipo. Que ni usted ni yo gana individual y particularmente algo con esta absurda escaramuza que caricaturiza nuestra sociedad como dos grupos antagónicos. Seamos críticos, convirtámonos en una masa más inteligente, metida en la rendición de cuentas, en la discusión que intenta lograr algo. Pongámonos a la altura del gobierno que merecemos, pero juntos. Ya pasó la contienda, y aunque nunca dejamos de buscar identidad en algún grupo o una idea, confío en que somos mejores ciudadanos de lo que hemos demostrado hasta ahora, reduciéndonos a etiquetas llanas. Bandera blanca. Ni fifí ni chairo. Mexicano

@elpepesanchez

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