Un signo indiscutible de nuestro tiempo es la cada vez mayor complejidad a la que van haciendo frente las sociedades, los sistemas políticos y económicos en todo el planeta. Hace pocos años nadie hubiera imaginado la existencia —y menos la velocidad de expansión— de las redes sociales. Hoy las redes sociales explican gran parte de los fenómenos que ocurren a nuestro alrededor. En 2008, por primera vez un candidato en Estados Unidos llegó a la Presidencia a través de una activa campaña de redes sociales.

Las redes sociales aportan de forma positiva al tejido social. Gracias a ellas la sociedad mexicana hizo frente de forma admirable a los sismos de septiembre pasado. Sin embargo, mal utilizadas pueden causar gran daño generando inestabilidad en los sistemas políticos.

En fecha reciente se ha planteado la injerencia rusa en procesos electorales tan relevantes como el Brexit o la Presidencia de EU, así como el movimiento separatista catalán. Independientemente de la verdad sobre la actuación rusa, la realidad es la propagación de las fake news o noticias falsas a través de las redes sociales.

La circulación de información falsa es algo para lo que no está preparada la legislación de los países. La subida de información que puede ser compartida millones de veces sin ningún tipo de filtro sobre su veracidad.

Con un sitio muy simple, unas cuantas computadoras y operadores, se puede inundar de información la red para generar comentarios negativos, tendencias y una alteración de la opinión pública. Las redes sociales pueden cambiar el ánimo social haciendo vivir una realidad paralela, ficticia alejada de cualquier objetividad a la que hoy muchos denominan posverdad.

La idea de la posverdad no es nueva, ha sido estudiada por distintos pensadores y filósofos bajo la denominación de relativismo, corriente de pensamiento que sostiene que la verdad no existe, que todo depende de la realidad o conveniencia del momento. Bajo una postura relativista es imposible plantear la existencia de una ética objetiva, es imposible generar niveles suficientes de confianza para el desarrollo social. La postura relativista se convierte así en la antesala de la corrupción generalizada.

Una sociedad en la que prima la posverdad no puede alcanzar la democracia, ya que los ciudadanos no tienen acceso a información objetiva para tomar decisiones asertivas. La posverdad es veneno puro para sociedades democráticas, abiertas, en las que priman como centro los derechos humanos.

Hace unos días, el presidente de Francia Emmanuel Macron declaró la guerra a las noticias falsas. Anunció una ley para controlar, limitar y castigar su propagación, en las campañas electorales por parte de entidades extranjeras. La ley señaló “(…) permitirá proteger la vida democrática de estas falsas noticias (…)”, Ya que “(…) Esta propaganda articulada con miles de cuentas en las redes sociales que en un instante expanden por todo el mundo, en todas las lenguas, bulos inventados para ensuciar a un responsible político, a una personalidad, a una figura pública, a un periodista (…)”.

En México estamos indefensos contra una campaña así en redes sociales. No hay marco legal que la contemple. El riesgo no está en la capacidad de la autoridad electoral para proteger sus sistemas, el riesgo está en la capacidad de este camino para inclinar engañada a la opinión pública hacia una idea o candidato. Cuando una noticia propagada llega a la palma de mi mano enviada por una persona de mi confianza el efecto es demoledor. La democracia por tantos años construida puede quedar gravemente dañada.

En nuestro país circulan cientos de noticias falsas todos los días. Es importante que las autoridades, los legisladores y la sociedad en general construyamos conciencia del riesgo en que nos encontramos y se tomen medidas concretas como ya se está haciendo en Francia.

Rector de la Universidad Panamericana-IPADE

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