José Antonio Lozano Díez

Progreso y desarrollo

03/11/2018 |03:42
Redacción El Universal
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La generación actual ha presenciado los avances tecnológicos más acelerados en la historia de la humanidad. Hace poco más de una década las redes sociales eran desconocidas para la mayoría de la población, los teléfonos celulares se utilizaban principalmente para hablar y la mayoría de las personas consumían televisión abierta.

En el tiempo actual, el modo de vida de las personas cambia de una manera tan vertiginosa que se vuelve complicado predecir con seriedad qué es lo que va ocurrir durante los próximos cinco años. En la prehistoria y la antigüedad un salto cualitativo, como el descubrimiento del fuego, la invención de la rueda o el desarrollo de la agricultura llevaba generaciones enteras, hoy una misma generación puede cambiar su estilo de vida varias veces.

La cantidad de conocimiento que se ha acumulado en el transcurso de los últimos años es enorme. Los avances en el campo de la medicina, los sistemas computacionales o la robótica eran inimaginables hasta apenas unos cuantos años.

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En el siglo XVIII el fenómeno de la Revolución Industrial trajo el convencimiento de que la humanidad debería tender a un continuo progreso. De acuerdo con esta visión el hombre moderno es superior al antiguo, con un mejor entendimiento del mundo, mejores soluciones para los problemas sociales y más pleno, más feliz.

Hoy se sigue escuchando el discurso en muchos ámbitos de la sociedad en los que el adjetivo “moderno” equivale a “mejor”; siempre comparado con el pasado la modernidad equivale también a “superior”.

Han pasado casi tres siglos desde el inicio de la Revolución Industrial y si hoy revisamos la promesa de un mundo feliz nos encontramos con grandes interrogantes como: ¿Es mejor un mundo que se nos está yendo de las manos por la crisis ambiental, el calentamiento global y la extinción de diversas especies?, ¿por qué vivimos en un mundo permanentemente amenazado por distintos fenómenos económicos, sociales y políticos cuando la promesa era de mayor certidumbre? o ¿por qué hay tanta falta de claridad respecto al rumbo del mundo?

Las consideraciones anteriores aunadas a otras han llevado a intelectuales alrededor del mundo al desencanto sobre la idea del progreso continuo y la modernidad. La cuestión de fondo es que la promesa moderna no se cumplió y ante ello nos estamos quedando en un ambiente de vacío sin respuesta hacia el futuro.

Una prospectiva serena sobre la cuestión nos debe llevar a pensar que, en realidad, lo que la sociedad requiere es desarrollo, no progreso. El desarrollo, a diferencia del progreso, pone al hombre en el centro, no se trata solo de acumulación exógena de conocimiento, sino que ese conocimiento debe colocarse en una posición de servicio.

Por otra parte, la noción de desarrollo admite la posibilidad de variabilidad en el estado de las cosas, esto es que el día de hoy podemos estar mejor, igual o peor que ayer, más aún, admite que podemos estar mejor en algunos aspectos e igual o peor en otros.

Parece hoy necesario poner al desarrollo en el centro de la discusión económica política y social. Recordar que, con herramientas estrictamente técnicas, la respuesta a la demanda social es insuficiente, que el progreso por sí mismo, sin poner al hombre en el centro, es una vana ilusión, promotora del desencanto a largo plazo.


Rector de la Universidad Panamericana