El debate moderno se ha centrado entre aquellos que plantean como eje de la acción política al Estado y aquellos que plantean al mercado. El debate, con distintas formas evolutivas se ha limitado a primar la igualdad o la libertad como enfoque de la actividad de gobierno y las políticas públicas.
Ambas posturas durante la modernidad se han planteado de forma disyuntiva: aquellos que sostienen al Estado como base del sistema político priman la redistribución de la riqueza, la asistencia social y la dirección de las políticas enfocadas a la igualdad. Para esta postura el desarrollo económico se impulsa principalmente a través del gasto público y políticas fiscales.
Mientras que aquellos que enfocan la libertad como base del desarrollo político y económico priman el crecimiento individual, la libertad de mercado y el fortalecimiento de la propiedad. Para esta postura el desarrollo económico se impulsa principalmente a través de estabilidad macroeconómica y política monetaria.
La postura que sostiene que el Estado es centro de lo político si bien ha tenido históricamente resultados positivos y ha supuesto avances en la estructura social en la intención de crear el Welfare State, ha mostrado también serias limitaciones de sustentabilidad a largo plazo por tener como efecto bajo nivel de productividad y alto nivel de endeudamiento. Simbólicamente la insuficiencia del modelo y su inviabilidad quedó demostrada con la caída de la cortina de hierro de Europa del Este.
La postura que sostiene que el mercado es centro de lo político ha conseguido históricamente la estabilidad y desarrollo a largo plazo y ha supuesto avances en innovación y desarrollo. Sin embargo el modelo ha entrado en crisis simbólica a raíz de la crisis económica de Estados Unidos en 2008 y sus secuelas en otras partes del mundo.
Como se puede ver, actualmente las dos posturas han erosionado su fuerza argumentativa dada la percepción en amplios sectores sociales de su inviabilidad a largo plazo. El estado de la cuestión es de falta de confianza en el futuro a través de los modelos establecidos.
La limitación de la postura que tiene como enfoque de lo político al Estado parte de reducir lo público a lo meramente estatal, lo que la hace perder la riqueza que los cuerpos intermedios dan al tejido social. Considerar que el amplio espectro de lo público que contiene empresas, instituciones de educación superior, organizaciones no gubernamentales, etc., se debe reducir solo a lo gubernamental supone que la fuerza de gestión es la de un solo actor y por ello es demasiado débil para atender el tamaño de los problemas. De allí que la recaudación fiscal siempre es insuficiente —y cada vez más— para atender el sistema de pensiones, la necesidad de inversiones en infraestructura, etc., además de la ineficiencia en el uso de recursos.
La limitación de la postura que tiene como enfoque lo económico parte de reducir la vida social y cultural a la lógica de elección racional, propia de las relaciones económicas, lo que la hace incapaz de comprender y enfrentar problemas de índole distinta. Parte de desconocer la gran riqueza de la naturaleza humana con sus matices de orden social, cultural y emocional que requieren respuestas que van más allá de lo estrictamente económico. No solo es una falta de interés por el ser humano que vive en condiciones de pobreza, sino una falta de interés por todo lo humano, y de allí tanta insatisfacción con este modelo en distintas partes del mundo.
Ambas posturas limitadas y en proceso de erosión, llevan a la necesidad de encontrar nuevas vías. Vías ya no centradas en el Estado o el mercado. Vías centradas en la persona. De ello seguiremos hablando en futuras columnas.
Rector de la Universidad Panamericana-IPADE