Estamos atravesando tiempos de intensa actividad política en México. Diversos actores se encuentran en la búsqueda de posiciones en la administración pública o el Poder Legislativo de los distintos niveles de gobierno.
Una proporción relevante de los actores utilizan discursos y realizan prácticas políticas con enfoque fundamentalmente pragmático, ya sea porque se acomodan a las preferencias y reclamos populares aunque en el fondo no estén convencidos de ello, porque pactan con fuerzas de signo ideológico contrario por fines electorales o porque entienden la búsqueda del poder como fin último y no como instrumento de servicio ordenado al bien común.
El pragmatismo ha sido la respuesta que los sistemas políticos han dado ante la crisis de las ideologías. Al fracaso de muchas ideologías durante el siglo pasado reaccionan con respuestas enfocadas a la búsqueda de resultados inmediatos.
El pragmatismo suele despreciar cualquier respuesta que no contribuya a la obtención de resultados. Normalmente es —y se declara a sí mismo— neutral frente a cualquier posición ética o antropológica.
Aunque en primera instancia el pragmatismo parecería ser la respuesta más inteligente para los problemas inmediatos y que tienen urgencia de ser resueltos, a largo plazo suele fracasar. Motivos, entre otros muchos, del fracaso del pragmatismo son su simplicidad para enfrentar problemas complejos y su falta de visión de largo plazo.
En efecto, el pragmatismo normalmente busca la solución más fácil que, inmediata para la solución de problemas, en ocasiones inclusive puede estar revestida de motivos razonables como el desarrollo económico, el combate a la pobreza y la solución de conflictos.
Sin embargo, el desarrollo económico ajeno al desarrollo humano y cultural suele concluir en la construcción de sociedades con una profunda falta de justicia distributiva, el combate a la pobreza con simples dádivas inhibe la capacidad productiva y la solución inmediata de conflictos sin revisar los motivos y razones de cada una de las partes concluye en soluciones injustas que llevan a estallamientos de mayor dimensión.
Por otra parte, es también motivo del fracaso del pragmatismo su falta de visión de largo plazo, ya que su perspectiva se reduce a la solución inmediata, pronta de problemas sin importar los motivos que los originan, los actores involucrados y los efectos futuros.
En este sentido el pragmatismo, que normalmente se desmarca de cualquier tipo de idea por la que haya que pagar determinados costos en el presente, pierde de vista metas por las que valga la pena luchar. Sin metas por las que valga la pena luchar normalmente el pragmatismo recorre senderos sin un rumbo claro.
Llevado al extremo en el ejercicio del gobierno el pragmatismo conduce a la corrupción ya que olvida los referentes básicos de la naturaleza humana. Un par de muestras de ello han sido la crisis devenida de los escándalos corporativos de 2001 y la crisis de las denominadas “hipotecas basura” en 2008 en Estados Unidos.
A largo plazo el pragmatismo termina en el desencanto, en el darse cuenta de que las soluciones simples, ajenas a cualquier valor de carácter axiológico, conducen a la construcción de un mundo vacío, carente de significado y sin posibilidades de reinvención. En conclusión, conduce a una cultura pasiva y sin sentido.
El pragmatismo suele ser elemento simbólico de sociedades decadentes.
Las sociedades en expansión en cambio se basan en una cultura rica en valores sólidos de largo plazo, como lo han demostrado ejemplos de diversas civilizaciones a lo largo de la historia.
Ojalá en nuestro país entendamos que la clave de las verdaderas soluciones a los problemas es de naturaleza ética. Solo así alcanzaremos mejores aproximaciones al bien común.
Rector de la Universidad
Panamericana-IPADE