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Desde antiguo en la historia ha quedado claro que la manera en que un pueblo, un grupo o una organización puede desarrollarse y prosperar es a través de la unidad. Los grupos humanos funcionan adecuadamente en la medida en que permanecen unidos en torno a causas y fines.
La labor de gobernar, necesaria en cualquier sociedad, se puede resumir en dos actividades: dar unidad y rumbo. En la medida en que ambas se logren el gobierno cumple con su misión.
De forma específica, la unidad es premisa necesaria para dar sentido al propio grupo.
De manera natural los grupos humanos tienden a generar espontaneidades que atentan contra la unidad. Pensemos por ejemplo en una empresa que tiene por un lado un área de producción y por otro un área de ventas. Lo que suele ocurrir en el desempeño ordinario de sus actividades es que el área de producción tenderá a pedir tiempo y condiciones idóneas para que los productos sean de la mayor calidad posible y el área de ventas tenderá a apresurar pedidos para satisfacer un cliente con el que ha cerrado una operación.
Entre ambas áreas se genera una gran tensión. Si no existiera un director general que tomara decisiones ponderadas para lograr el funcionamiento armónico entre ambas áreas in extremis, ante la falta de consenso, la empresa podría fracasar en el mediano plazo. Precisamente esa es la función de gobierno.
Lograr la unidad es requisito indispensable para alcanzar el desarrollo y supone, entre otras cosas:
a) Unidad a través de la identidad. Yo soy yo y mi circunstancia, decía Ortega y Gasset. Las personas solo se identifican plenamente en su propio entorno: los grupos sociales a los que pertenece, su cultura, su historia.
En ese sentido la falta de unidad supone una traición a la propia identidad.
b) Identificación con el bien común. Los grupos humanos también responden a la pregunta del para qué existen. En ese sentido todos sus integrantes deben estar orientados a colaborar en la búsqueda del bien general.
c) Supone lazos de solidaridad, un “nosotros”. Es contraria al individualismo que tanto daño puede llegar a causar cuando además va acompañado de un bajo nivel ético.
Cuando no se da la unidad, se tiende a la destrucción. Desde antaño se sostiene que todo reino dividido contra sí será destruido, Maquiavelo recomendaba al príncipe “divide y vencerás”.
En cualquier gobierno es necesario buscarla, incluir a todos los actores que componen el amplio espectro social en torno a un proyecto común. Fomentar esquemas de gobierno basados en la división tiene como destino final el fracaso.
En un mundo en el que los retos llegan ya no en forma de tendencias, sino de irrupciones, mantener la unidad es más difícil. Únicamente en la medida que una sociedad se mantenga unida será capaz de avanzar.
Rector de la Universidad Panamericana