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Son muchos los análisis, discursos en el ámbito público y privado que insisten —con razón— en la corrupción como un problema central. En muchos países del mundo los procesos de corrupción han generado medidas de combate y prevención, ya sea por la vía de la alternancia o la generación de regulación.
En México, el Presidente de la República —con razón— ha insistido en la necesidad prioritaria de combatir a la corrupción. Si bien es cierto que el combate a la corrupción debe ir acompañado de estrategia, se trata de un fenómeno que afecta a la persona en lo más profundo de su naturaleza.
Todos hablamos de corrupción, vemos la evidencia de sus manifestaciones y las consecuencias que tiene, pero a la pregunta de mayor profundidad sobre qué es y cuándo se actualiza, hay poco desarrollo.
De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia, corrupción es la “Acción y efecto de corromper o corromperse”. Corromperse es “Alterar y trastocar la forma de algo”, “Echar a perder, depravar, dañar o pudrir algo”.
De ello puede concluirse que corrupción es la destrucción de la naturaleza de las cosas. Es el proceso a través del cual un objeto deja de ser aquello que fue, deja de servir al fin para el que fue creado. De alguna forma se desconecta de la realidad.
En el mundo existen distintos tipos de corrupción. De ellos, la que afecta al tejido social es la que está asociada al comportamiento. Así, solo puede corromperse el hombre por gozar de libre albedrío, a diferencia de otros seres de la naturaleza.
Esta es la corrupción que tanto nos afecta. Las estadísticas son impresionantes. Solo en nuestro país se calcula que la corrupción equivale al 10% del Producto Interno Bruto y la afectación principal —más del 60%— afecta a los deciles más bajos de ingreso.
Independientemente de sus consecuencias económicas y políticas, los efectos que la corrupción tiene sobre la persona son su mayor costo porque una sociedad es, antes que cualquier otra cosa, su capital humano. El hombre que se corrompe pierde identidad y contacto con la realidad, se desconecta de ella. Deforma su visión del entorno y llega a una interpretación absurda de los acontecimientos.
El sentido común es quizás la facultad más valiosa de un ser humano, es el que permite aproximarse a la realidad dando a las cosas su justa dimensión. En la lengua española el sentido común se entiende como la “Capacidad de entender o juzgar de forma razonable”. Se puede decir del sentido común que es cercano a la sabiduría, el tesoro más preciado del hombre desde la antigüedad. El hombre que tiene desarrollado el sentido común es capaz de tener una visión de conjunto, en el que su propio papel en el mundo adquiere sentido, pudiendo alcanzar una vida lograda.
En un mundo en el que prima el sentido común, los individuos que conforman la sociedad comprenden cuál es su rol en el conjunto y cómo el desarrollo de éste es el modo de alcanzar una existencia plena y feliz. El efecto más perverso de la corrupción es la desconexión del hombre con la realidad y como consecuencia la pérdida de identidad y sentido. La consecuencia de fondo de la corrupción es la pérdida del sentido común, lo que hace que la vida humana se convierta en una caricatura de sí misma.
Rector de la Universidad Panamericana-IPADE