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Algo que habría que celebrar (quizá, lo único) es el nuevo formato del debate. Hace seis años una comisión de expertos invitada por el IFE propuso un formato más ágil y dinámico. Los partidos lo tiraron a la basura; quisieron seguir con el formato acartonado y aburrido. Ahora el INE retomó esa propuesta pero tuvo la buena decisión de no sujetarla al aval de los partidos, pues por esa vía jamás hubiéramos avanzado. A los candidatos no les gusta exponerse a la improvisación o la sorpresa de preguntas no planeadas. Pero el antiguo formato era ya insufrible. El nuevo puede incluso mejorar. Y sería bueno que de los tres debates, el primero fuera (como fue) con todos los candidatos, el segundo sólo con los tres punteros (según el promedio de encuestas), y el tercero sólo con los dos finalistas. Eso les imprimiría fuerza, relevancia e interés. Esperemos que dentro de seis años se pueda avanzar por esa dirección (aunque lo dudo).
¿Qué tanto impacto pueden tener los debates? Pues en algunos casos lo han tenido. No siempre ni necesariamente. Quienes tienen un favorito definido suelen ver que éste despedazó a sus contrincantes, que fue el más articulado, el más ágil, el más congruente, con las mejores propuestas. Ahí no hay nada qué hacer. Son los indecisos quienes podrían ser influidos por los debates, y son ellos los que pueden marcar un cambio en las tendencias. Por lo cual, las encuestas y sondeos tendrían que decirnos a quién le fue mejor en ese segmento de votantes, pues de nada sirve que nos digan quién ganó entre los electores duros y definidos. En todo caso, influyen más los posdebates que los debates mismos, en donde cuenta más cómo se difunde e interpreta lo que ocurrió. Los voceros son clave en esto, y las mesas de posdebate, por su flexibilidad, suelen ser más divertidas y ágiles.
El nuevo formato no era favorable para López Obrador, más lento para articular y con menos capacidad de improvisación, pero sin duda el más experimentado. Repitió prácticamente lo que ha dicho en todos los espacios. Receptor, como era previsible, de la mayoría de ataques y acusaciones (aunque las hubo entre los demás), y casi no cayó en provocaciones (aunque mostró enojo al ser cuestionada su honestidad). Y su electorado probablemente no se moverá de su decisión. José Antonio Meade, como en sus mítines, con tono muy funcionarial pero poco político (con buenas respuestas, pero poco empuje). Anaya mostró su conocida habilidad oratoria, pero habrá que ver si logra romper la sospecha sobre su honestidad que el PRI le plantó, y consigue algunos puntos cerrando la brecha con AMLO. No será fácil. Margarita Zavala, menos acartonada y más combativa que lo usual, pero el peso del gobierno de Calderón inevitablemente la acompaña. Y El Bronco disimuló un poco su función de pegarle a AMLO cuestionando a todos (es buen provocador). Difícilmente habrá logrado su cometido.
Pero en realidad siquiera importa demasiado quién gana el debate, sino cómo se modifican las intenciones de voto. En este caso, dada la ventaja de la que goza López Obrador, es difícil que cambie la tendencia radicalmente. Si acaso, se podría marcar un giro si AMLO perdiera unos pocos puntos y Ricardo Anaya, hoy en segundo lugar, subiera algunos puntos acortando la distancia con el puntero. O bien, si José Antonio Meade lograra, ahora sí, desbancar a Anaya del segundo sitio (cosa difícil pues aunque la gente apreciara el desempeño de Meade, no podrá sacudirse el desprestigio del PRI ni la mala evaluación que hay para Peña Nieto). Eso se podrá apreciar en las siguientes encuestas. Si ni con el debate se da ese viraje, entonces ya no habrá cambio de rumbo. Los adversarios de López Obrador le habrán ya dado el triunfo con sus pleitos mutuos y sus torpezas estratégicas. Ni siquiera serviría de mucho una posible alianza y limadura de asperezas entre el PRI y el PAN, como muchos especulan ocurrirá (Anaya y Meade aún se golpearon). Eso —que muchos piensan— de que “esto está empezando” es ilusorio; en realidad está acabando.
Analista político.
@ JACrespo1