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Sobre los riesgos que representa el gobierno de Donald Trump a la democracia norteamericana, salió a la luz este año un excelente libro, a partir de una revisión comparada de lo que ha ocurrido en otros países (Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, Cómo mueren las democracias, Ariel). Eso, debido a que “por primera vez en la historia de Estados Unidos, un hombre sin experiencia alguna en la función pública, con escaso compromiso apreciable con los derechos constitucionales y tendencias autoritarias evidentes fue elegido presidente”. Sostienen los autores que las democracias solían quebrarse en otros tiempos a partir de un golpe monumental, como la toma directa del poder (golpe de Estado) la supresión del Congreso o el desconocimiento unilateral de la Constitución. Sin embargo, en épocas recientes hay experiencias en que la democracia muere poco a poco, a través de un líder electo en las urnas pero sin compromiso con la democracia, por lo cual utiliza su poder para minar gradualmente el régimen vigente. Como ejemplos recientes ponen a países como Rusia, Venezuela, Nicaragua y Turquía. Cabe citar algunos pasajes de este recomendable libro:
1. “Las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder (en tales casos) las democracias se erosionan lentamente, en pasos apenas apreciables”.
2. “Los autócratas electos mantienen una apariencia de democracia, a la que van destripando hasta despojarla de contenido. Muchas medidas gubernamentales que subvierten la democracia son legales, en el sentido de que las aprueban bien la asamblea legislativa o bien los tribunales (y se venden) a la población como medidas para mejorar la democracia”.
3. “Se sigue publicando la prensa, si bien ésta está sobornada y al servicio del poder, o bien tan sometida a presión que practica la autocensura… Quienes denuncian los abusos del gobierno pueden ser descalificados como exagerados o alarmistas”.
4. “La población no cae inmediatamente en la cuenta de lo que está sucediendo. Muchas personas continúan creyendo que viven en una democracia… Para muchas personas, la erosión de la democracia es imperceptible”.
5. “Es bien sabido que de vez en cuando emergen demagogos extremistas en las sociedades, incluso en las democracias saludables (…). Cuando el temor, el oportunismo o un error de cálculo conducen a los partidos establecidos a incorporar a extremistas en el sistema general, las democracias se ponen en peligro”.
6. “Si algo claro se infiere del estudio de las quiebras democráticas en el transcurso de la historia es que la polarización extrema puede acabar con la democracia”.
7. “Los populistas suelen ser políticos antisistema, figuras que afirman representar la voz del pueblo y que libran una guerra contra lo que describen como una élite corrupta y conspiradora. Los populistas tienden a negar la legitimidad de los partidos establecidos (…) tildándolos de antidemocráticos o incluso de antipatrióticos (…). Y prometen enterrar a esa élite y reintegrar el poder al pueblo”.
8. “Sin unas normas sólidas, los mecanismos de control y equilibrio no funcionan como los baluartes de la democracia que suponemos que son. Las instituciones se convierten en armas políticas esgrimidas enérgicamente por quienes las controlan en contra de quienes no lo hacen... La paradoja trágica de la senda electoral hacia el autoritarismo es que los asesinos de la democracia utilizan las propias instituciones de la democracia de manera gradual, sutil e incluso legal para liquidarla”.
Pese a que el martes pasado los demócratas recuperaron la mayoría de la Cámara Baja, eso no garantiza que no pueda reelegirse en dos años. Siguen pues prendidos los focos rojos en cuanto a los riesgos para la democracia norteamericana, si bien su fuerte institucionalidad parece haber resistido bien los embates de Trump.
Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1