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Hay algo elemental que no se está tomando en cuenta en el debate público; los fines, los objetivos, las metas, los qués, por loables que sean, no se podrán alcanzar si no se eligen los medios adecuados; los cómos. Lo que Max Weber llamaba racionalidad era justo la adecuación de los medios a los fines perseguidos. Cuando se han definido las metas, viene la discusión sobre la mejor forma de conseguirlas. Obviamente eso mismo es complicado, pues implica un conocimiento amplio de las relaciones causales que hay en cada tema. Si no se conocen bien dichas conexiones, las cosas pueden salir mal; no sólo la política resultará inútil, sino incluso podría ser contraproducente. Esto último es lo que en lenguaje coloquial se expresa como “tirar el agua sucia con todo y niño”, o “está peor el remedio que la enfermedad”. Desafortunadamente, el gobierno y sus plumas están negando este esencial debate sobre los medios. Hay consenso sobre muchas de las metas de López Obrador. ¿Quién no querría que se acabe con la impunidad y la corrupción, que se erradique la violencia del crimen organizado, que la economía crezca del 4 al 6%, etcétera? Pero una vez cerrando filas en todo ello, la siguiente pregunta es, ¿cómo se va a hacer?
Cuando surge la propuesta gubernamental o se anuncia la política respectiva, conocedores o involucrados pueden presentar sus reparos, cuestionando los medios o los tiempos en cada caso. Lo que convendría es un debate racional y civilizado entre los que pueden aportar algo para encontrar los medios más eficaces. En todo caso, ante una crítica argumentada (que puede ser válida o no), correspondería una respuesta también fundada, con lógica, razones e información. Pero la respuesta del gobierno y sus ideólogos ha sido de tres tipos. A) La descalificación ideológica. Quien cuestiona es corrupto, conservador, neoporfirista, lacayo de la mafia o alcahuete de la minoría rapaz, por lo cual ni siquiera vale la pena responderle. A los números que sobre el NAIM presentó José Antonio Meade se le contesta con chistoretes o acusaciones de corrupción, no con cifras alternativas. Si Meade es un hombre triste, que se tome un antidepresivo, pero que se le responda con argumentos y números. Se termina el debate. B) Ante las cifras manejadas por los críticos, generalmente surgidas de fuentes oficiales nacionales o internacionales, la respuesta es: “Tenemos otros números”. El problema es que muchas veces no se dice de qué fuentes surgen tales cifras alternativas. El debate se convierte en palabra contra palabra, o peor aún, cifras oficiales versus cifras fantasma. Se imposibilita el intercambio de ideas.
C) Cuando el debate es sobre los cómos, más que sobre los qués, se termina acusando al crítico de en realidad no buscar las metas propuestas. Ejemplos sobran: 1) A: “Estamos de acuerdo con la democracia participativa pero que se hagan con todas las de la ley, y no consultas sesgadas y a modo”. B: “En realidad no quieres que la gente decida, prefieres que las decisiones se tomen autoritariamente”. 2) A: “De acuerdo en que haya programas sociales, pero con recursos sanos y sin utilización electoral”. B: “Más bien, quieres que los pobres lo sigan siendo”. 3) A: “Celebramos que se combata el huachicoleo, pero proponemos que se planee bien y con tiempo para no generar efectos secundarios negativos”. B: “Lo que sucede es que avalas que continúe el robo de combustible. Igual te pagan los huachicoleros”. 4) A: “Estamos de acuerdo en que se contemple el tren maya, pero deben hacerse estudios de viabilidad y ambientales”. B: “Lo que no quieres es que se desarrollen las comunidades indígenas de la región”. 5) A: “Estamos de acuerdo en la austeridad administrativa, pero debe hacerse con bisturí más que con machete, y con justicia para todos”. B: “Tú no deseas que acaben los privilegios de la burocracia dorada”. Bajo dicha “argumentación”, se imposibilita el debate racional. Estamos sumergidos en un diálogo de sordos.
Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1