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Muchos aseguran que en algún momento de la campaña, cuando se haya definido el segundo lugar entre el PRI y el Frente, el PAN y el PRI (el PRIAN) terminarán pactando para enfrentar juntos a López Obrador. Y eso a partir del interés común que tienen en frenar a quien presenta un modelo económico distinto al actual (esencialmente el anterior a 1982). Podría ocurrir, desde luego. Tanto en 2006 como en 2012 se dio ese acuerdo entre las cúpulas de ambos partidos, que ayudó a ganar tanto a Felipe Calderón como a Enrique Peña Nieto. Pero en esta elección hay una variable distinta; una guerra abierta entre el PRI y el PAN, que podría obstaculizar dicho acuerdo de último momento. La relación entre ambos partidos y con el gobierno federal fue cordial a lo largo de esta administración. Pero se cortó abruptamente a raíz de la elección de Coahuila, que según todo apunta ganó el PAN pero le fue arrebatada a la mala por el PRI. Éste no quiso ceder y ahí inició la guerra. Ricardo Anaya arremetió entonces impidiendo el nombramiento de Raúl Cervantes, cercano a Peña Nieto, como Fiscal General.
El gobierno respondió con ataques de corrupción a Anaya y su familia política, que han dañado su imagen en cierto grado. Y también el gobierno interpretó el movimiento de Javier Corral contra la corrupción priísta como parte de ese embate panista. Corral orilló al gobierno a aceptar algunas de sus exigencias, a regañadientes (y falta por ver qué tanto cumplen). Por lo que pronto surgió una nueva acusación a Anaya de malversación de fondos cuando era un influyente funcionario en Querétaro. A reserva de no saber de dónde surgió la información de la revista Proceso (el PAN asegura que de Hacienda), los priístas se montaron de inmediato en el tema para seguir golpeando a Anaya con severidad. Incluso al grado de denunciarlo penalmente. La guerra va en serio. Desde luego, todo esto suele interpretarse como parte de la contienda por el segundo lugar, en lo que en México se ha considerado como una primera vuelta informal de nuestras elecciones presidenciales. Pero en otras ocasiones dicha contienda fue más civilizada. Y eso favoreció el posterior acuerdo. Pero ahora, cuando se defina quién será puntero en la final frente a López Obrador, será más difícil un nuevo pacto entre esos dos partidos. Las graves ofensas y agravios mutuos podrían obstruirlo.
Se apuesta, sin embargo, a que prevalecerán los fuertes intereses que se ven amenazados por un eventual y probable triunfo de López Obrador, que llevará a que se dejen de lado los puñales y a que los enemigos estrechen sus manos. Puede ser; no se descarta ese escenario. Pero Maquiavelo diría que el agravio personal y los deseos de venganza son un elemento a considerar, y no menor, en las decisiones de los políticos. Desde luego, tampoco puede descartarse el escenario en el que el PAN y el PRI se mantienen en empate técnico, sin ninguno que desplace al otro de manera clara (y este último desplomarse). En tal caso, también sería López Obrador el beneficiario, pues se dificultaría la congregación del voto anti-obradorista en un solo candidato. De cualquier manera, suponiendo que PAN y PRI llegaran a un armisticio para colaborar frente a AMLO, el daño que mutuamente se han hecho podría ser determinante en su derrota. Así, el golpeteo del PAN al PRI ha contribuido (por si hiciera falta) a exacerbar el fuerte enojo contra esos partidos. Y los ataques a Anaya le han mermado su imagen en no poca medida (además de la que él mismo se labró con la forma poco ortodoxa de alcanzar su candidatura). Es decir, si pese a los agravios llegaran a pactar una negociación para enfrentar a López Obrador en el último momento de la campaña, quizá sería ya demasiado tarde. La guerra entre el PAN y el PRI le ha estado despejando el terreno a López Obrador y podría ser una explicación central de su eventual triunfo. Y quizá entonces se podrá hablar del “error de Coahuila” por parte del actual gobierno.
Analista político.
@JACrespo1