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Retomo el ensayo de Daniel Cosío Villegas sobre Luis Echeverría (El estilo personal de gobernar, 1974). Dice Cosío que en la campaña electoral, Echeverría ofreció casi una revolución: “Renovar sus instalaciones ferrocarrileras, incrementar sus formas de productividad, elevar la producción agropecuaria y los niveles de vida de los campesinos, descentralizar la industria… hacer más fácil y humana la vida en las regiones áridas, incrementar la producción pesquera… Transformar el sistema educativo… y dar empleo a los egresados en las escuelas”. Consideraba que en provincia se hallaba una especie de “reserva moral” que había que fomentar y que provocaría un cambio de conciencia en el país. Decía Echeverría: “Es allí donde las ideas mexicanas siguen en forma permanente, alimentando lo mejor de nuestro espíritu y delineando y acendrando lo mejor de la Patria”.
Por otro lado, el gusto por la expresión hablada, los foros y los mítines era igualmente un rasgo del echeverrismo: “No sólo se tiene la impresión de que hablar es para Echeverría una verdadera necesidad fisiológica —dice Cosío— sino de que está convencido de que dice cada vez cosas nuevas, en realidad verdaderas revelaciones. Es más, llega uno a imaginarlo desfallecido cuando se encuentra solo, y vivo y aun exaltado, en cuanto tiene por delante un auditorio”. De modo que “puede considerarse como imposible que un hombre, así sea de singular talento, de cultura enciclopédica y con un dominio magistral del idioma, puede decir todos los días, y a veces dos o tres al día, cosas convincentes y luminosas. En este caso particular resulta mucho más remoto porque la mente de Echeverría dista de ser clara y porque su lenguaje le ayuda poco”. Y Cosío agrega otra característica del estilo echeverrista de gobernar: “La incapacidad de reposar, la prisa con que se mueve, la prisa con que quiere hacer las cosas y la prisa con que quiere que otros, todos, las hagan. Y esto, a su vez, está ligado a su insistencia en que él cumple cuanto ofrece… Su campaña electoral causó asombro por varios motivos, pero el principal fue el salto continuo y pronto, la movilidad de azogue que lo llevó prácticamente a todos los rincones del país”.
A lo cual añade don Daniel que, ya en la presidencia: “Sus escapadas semanarias a la provincia y su prédica diaria de que ver in situ los problemas, palparlos allí donde están, es el primer paso necesario para resolverlos”. Y por eso una declaración del propio Echeverría: “Muchas veces los indispensables escritorios y teléfonos nos ocultan la realidad del país; frecuentemente nos burocratizamos los funcionarios más destacados de la República; frecuentemente nos
aislamos de nuestros conciudadanos por obra y gracia de nuestras oficinas”. Dice Cosío: “Creo que ningún otro Presidente nuestro se ha expuesto tanto a la mirada pública... una exposición continua y a los cuatro vientos”. Hay algo en que también se distinguía Echeverría según don Daniel: la cerrazón ante la crítica o disidencia. Dice que su diálogo con la nación “se trata en realidad de un monólogo… Esto, sin considerar que el gobierno, no ya la nación, elige el tema del monólogo y la forma de tratarlo”. Y agrega que “nuestro presidente suele conducirse más como predicador que como estadista… (y) acude a la exageración para convencer mejor a su grey”. Y también señala: “Mi conclusión se basa en la desproporción de sus reacciones o las de sus allegados ante la crítica, y en la pobreza increíble de los argumentos con que la contestan”. Y ello en parte se debe a que “Echeverría está convencido de que, quizás como ningún otro presidente revolucionario, se desvive literalmente por hacer el bien a México y los mexicanos. De ahí salta a creer que quien critica sus procedimientos en realidad duda o niega la bondad y la limpieza de sus intenciones”. Habría que recordar finalmente aquello de “los emisarios del pasado”, su enemigo genérico, y lo de “Echeverría o el fascismo”, de Carlos Fuentes.
Profesor afiliado del CIDE.
@JACrespo1