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Evoco el título del clásico libro de Daniel Cosío Villegas —un historiador muy admirado por López Obrador—, El estilo personal de gobernar (1974), en parte por ser bastante común la comparación que se hace entre Luis Echeverría (LEA) y López Obrador. ¿En qué podría haber similitudes? Desde luego, en las políticas seguidas por aquél mandatario y el modelo económico que se agotó en 1982. Expresamente Amlo ha evocado como directriz el Desarrollo Estabilizador y Compartido. El PRD surgió justo de una ruptura del viejo PRI nacionalista-revolucionario como reacción al giro neoliberal de Miguel de la Madrid. La idea era recuperar en lo posible el modelo previo al neoliberalismo. López Obrador se unió a esa ruptura, y por eso su triunfo vía Morena representa ahora la oportunidad para llevar a cabo dicho retorno al viejo esquema económico; echar abajo la reforma energética, recuperar el control estatista de la economía, volver a los precios de garantía, el regreso a la diplomacia aislacionista amparada en la Doctrina Estrada, buscar la autonomía alimentaria. Pero hay también algunos paralelismos entre el discurso y el estilo de Echeverría y de López Obrador.
Por un lado destacaba don Daniel la importancia personal del Ejecutivo en un régimen hiperpresidencialista como el mexicano: “Como en México no funciona la opinión pública, ni los partidos políticos, ni el parlamento, ni los sindicatos, ni la prensa, ni el radio y la televisión, un presidente de la República puede obrar y obra tranquilamente de un modo muy personal y hasta caprichoso”. Desde luego que la situación actual es muy distinta. Pero el hecho de que Amlo haya concentrado gran parte del poder institucional legislativo federal y en varios estados, le brinda la plataforma para concentrar aún más el poder —como lo está haciendo— y “obrar de un modo caprichoso”. Si esa tendencia se profundiza, estaremos regresando a la arcaica presidencia imperial, al menos en buena medida.
Recuerda don Daniel el ánimo político que prevalecía a la llegada de Echeverría al poder. En primer lugar, estaba el agotamiento del “milagro mexicano”, que podría recordar el desencanto con el neoliberalismo que en su momento generó esperanzas de cambio profundo (Carlos Salinas tuvo altos niveles de aprobación por su oferta de llevarnos al primer mundo). “Poco a poco pero con firmeza —dice Cosío—, se fue anidando en los mexicanos el presentimiento de que no podía durar mucho tiempo más el ‘milagro mexicano’… Así, se creó una atmósfera propicia a la creencia de que era inevitable un cambio, que un grupo deseaba y otro temía”.
Echeverría supo leer ese ambiente político e hizo lo necesario para despertar apoyos y generar elevadas expectativas. Escribe don Daniel: “Con una sorprendente locuacidad (LEA) habla de todos los problemas nacionales, los habidos y los por haber. Después… hace una campaña electoral perseverante y de una extensión desusada, de modo que llega hasta los pueblos y rancherías más remotos y desamparados del país”. Todo lo cual “parecía indicar que estaba resuelto a hacer un gobierno distinto, aun opuesto al anterior, es decir, que intentaría cambiar el rumbo del país”. Ante ello, encontró además un electorado deseoso de ese cambio, abierto a soñar que era algo absolutamente posible. Cosío Villegas describe, por ejemplo, las impresiones de un negociante que acompañó a Echeverría durante buena parte de su campaña: “Regresó muy impresionado, no cabía duda alguna de la salud y la energía física del candidato, de su buena fe, de la sinceridad de sus propósitos de hacer el bien. Y sin embargo… era un hombre muy pagado de sí mismo, de sus ideas y sus propósitos, de modo que cree saberlo todo, y por tanto, serle innecesario consultar (a otros)”. Echeverría y López Obrador no son idénticos, desde luego, pero sí hay varias similitudes en su proyecto y estilo de gobernar.
Profesor afiliado del CIDE. @JACrespo1