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Estos días se celebran dos conmemoraciones cercanas a la izquierda mexicana. La primera es el 60 aniversario de la revolución cubana. Fidel Castro llegó a ser idolatrado por la izquierda mexicana, pese a que en realidad su alianza en México fue con el PRI. Paradójico fue que Fidel viniera en 1988 a la toma de posesión de Carlos Salinas de Gortari —adalid del neoliberalismo— pese al fraude cometido contra la izquierda encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas. Lo cual no hizo disminuir la devoción de la izquierda (de esa izquierda) hacia Castro ni al modelo cubano. Pero la empatía no es sólo con Cuba; Morena ha signado acuerdos de apoyo a los regímenes de Venezuela y Nicaragua en el seno del Foro de Sao Paulo. Así, no extraña que México cambie su posición hacia esos países, como quedó claro al no firmar la Declaración del Grupo de Lima, que condena la antidemocracia en Venezuela y no reconoce la oscura elección de 2018, mediante la cual fue reelecto Nicolás Maduro como presidente. Se estrecharán los vínculos entre nuestro gobierno y los de Venezuela y Nicaragua, sus amigos. Hay empatía ideológica, por lo cual la defensa de la democracia y los derechos humanos pasa a segundo término.
El otro aniversario es el 25 de la aparición pública del EZLN. En aquel momento, la izquierda arropó al movimiento por su crítica al neoliberalismo y la defensa de los derechos de los indígenas (y por cierto, también de la democracia política). Ahora buena parte de esa misma izquierda condena a los zapatistas, ante las duras declaraciones contra el gobierno de López Obrador. No sólo acusaron a AMLO de descuidar en los hechos a las comunidades indígenas, al pretender la construcción del tren maya, al que dicen se opondrán. También le reclaman la militarización de la seguridad (que los obradoristas llaman desmilitarización), y la propuesta de Punto final (la impunidad a los corruptos de gobiernos previos). No es tan disparatado el reclamo, pues es consistente con posiciones de izquierda. Los obradoristas reaccionan acusando al EZLN de ser en realidad una criatura de Salinas de Gortari, es decir, parte de la mafia del poder. En el esquema maniqueo y simplista que maneja Morena —de buenos excelsos contra malos irredentos— no cabría otra explicación. Es cierto que en momentos clave los zapatistas pusieron su distancia respecto del PRD. En 1994, pese a las fotos de los dirigentes del sol azteca con Marcos, poco antes de la elección los zapatistas rompieron pláticas con el gobierno con un lenguaje particularmente duro y amenazante. Lo cual fue aprovechado por el PRI para impulsar una campaña del miedo que por lo visto resultó exitosa (si bien no fue el único factor para explicar la derrota de Cárdenas). Y en 2006 Marcos encabezó la “otra campaña”, paralela y contraria a la de AMLO.
Pero no es fácil establecer un vínculo con Salinas, dado que la aparición del EZLN en 1994 le complicó las cosas enormemente. Todo parecía marchar sobre ruedas para el PRI y su candidato, mas el surgimiento del zapatismo opacó y complicó la campaña de Colosio, generándole un ambiente sumamente adverso. Colosio hubo de distanciarse del triunfalismo salinista, y el nombramiento de Manuel Camacho como negociador con el EZLN le complicó todo. Su asesinato difícilmente se entiende fuera de ese contexto (salvo para quienes crean en la “verdad histórica” del asesino solitario). Y ello en nada benefició a Salinas. La fuga de capitales derivada de todo ello precipitó la crisis económica de fin de año. Pero quienes han estado cercanos al neozapatismo, —entre ellos Luis Hernández Navarro— salen en su defensa recordando que está lejos de ser parte del régimen priísta y del neoliberalismo. Explican su tradicional crítica a la izquierda partidista por una posición más genuina y radical, pero nunca por ser caballo de troya del PRI neoliberal. Habrá que ver cómo evoluciona la posición del zapatismo frente a López Obrador, y si intentará detener lo que se presenta como su obra magna; el tren maya.
Profesor afiliado del CIDE.
@JACrespo1