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Hay quienes piensan que el destape de José Antonio Meade como candidato del PRI es lo mejor que le pudo pasar a López Obrador. Eso, porque confirmará todo lo que ha dicho sobre el neoliberalismo, el neoporfirismo (es decir, el ITAM), el PRIAN, que son una y la misma esencia (como la santa Trinidad, ahora también con el PRD), y que eso le atraerá más votos. No lo creo. Quienes hayan comprado ese discurso, que viene de siempre, ya han decidido votar por Morena. Lo harían con o sin Meade como candidato. Si alguien no ha validado esa idea, no lo hará sólo porque Meade sea el abanderado del PRI. En cambio, Meade puede ser un rival competitivo, aunque no la tiene fácil.
Como señalamos en este espacio (“Un dilema del PRI ¿Chong o Meade?”, 23/10/17), el dilema de Peña era elegir entre un priísta (Osorio Chong) que confirmara su voto duro, aunque le costara mucho atraer votos fuera del PRI, o bien, un no priísta que pudiera jalar ese voto útil externo al PRI, si bien tendría que superar las inconformidades dentro del partido. La mejor apuesta era entonces Meade, pues se recurre a los tradicionales mecanismos de control y disciplina para preservar el voto priísta, y al mismo tiempo se apelará con mejores probabilidades al voto útil del PAN y de electores sin partido que no quieren a AMLO como presidente. Más fácilmente podrán decidir lo primero que si el candidato tricolor fuera otro. Desde luego, Meade tendrá que maniobrar para manejar un discurso destinado a los priístas, equilibrándolo con otro dirigido a no priístas. De hecho, todo candidato tiene que buscar el equilibrio entre sus votantes duros y los apartidistas, sin los cuales no es posible ganar. AMLO incurrió en 2006 justo en ese error; se dirigió constante y permanentemente a su electorado duro en contenido y tono (“cállate chachalaca”) descuidando a su potencial electorado moderado, que no gusta de la estridencia discursiva. Los moderados se fueron alejando haciéndole perder la ventaja con que inició. Meade deberá cuidar ese aspecto, si quiere competir.
Por otro lado, si la elección es de dos (como muchos suponemos que nuevamente ocurrirá), ¿con quién le convendría competir a AMLO? ¿Con el PRI o con el Frente (o PAN)? Muchos pensarán que con el PRI, por aquello del PRIAN y la mafia del poder, encarnada en Meade. No lo creo. Si el Frente (o PAN) se mantiene segundo y el PRI tercero, muchos priístas podrían emigrar su voto útil a López Obrador, como en 2006 con Roberto Madrazo. El PRI entonces aportó 2 millones y medio (aprox.) de voto útil (más otro millón y medio del Panal); de esos, una tercera parte fue a Calderón pero 65% a López Obrador. ¿Por qué? Muchos priístas siguen siendo nacionalistas-revolucionarios y si no se han salido del PRI es porque no les conviene. Pero si les dan a elegir entre AMLO y un panista, se identificarán con quien enarbola justo el nacionalismo-revolucionario previo a 1982. En cambio, si el PRI se ubica en segundo sitio y el PAN se cae al tercero, como en 2012, los priístas (incluso los nacionalistas-revolucionarios) tienden a votar por su candidato, pues más allá de sus convicciones ideológicas les conviene que gane el partido al que aún pertenecen. En 2012 no hubo voto útil del PRI a otro candidato (a diferencia de 2006). Y, por otro lado, los panistas, si caen al tercer lugar votarán más fácilmente por Meade que por AMLO. Casi no lo hicieron en 2012, pero probablemente sí lo harían por Meade en mayor medida, por su cercanía panista y su no militancia tricolor. Y dado que el Frente está haciendo agua por todos lados, este segundo escenario se ve hoy más probable. No, que sea Meade el candidato no es lo mejor que pudo pasarle a AMLO. Aún así, los votos útiles que pueda captar Meade se perderán en buena parte por la permanencia de Enrique Ochoa en el PRI, pues contrasta negativamente con el estilo y discurso de candidato. Será un lastre más que una ayuda.
Analista político.
@JACrespo1