¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?
Este es el doble dilema
cuya resolución buscan los individuos
y las sociedades; descubierto
un extremo se fija el otro, el germen
de ayer encierra las flores del
mañana.(El Nigromante).
Analizar en el presente lo que pasó la Semana Santa aquel 22 de abril de 1519, hace 500 años con la llegada de Hernán Cortés a tierras mexicanas, no es tarea simple, requiere de comprensión y serenidad de los espíritus para valorar la trascendencia, la historia, los mitos y las leyendas negras. El “encuentro de dos mundos” fue un encontronazo entre el “viejo mundo y el nuevo”. No podemos negar las atrocidades y excesos de la empresa conquistadora, tampoco se puede soslayar el surgimiento de humanistas defensores de los “indios” y sus derechos humanos como fue Bartolomé de las Casas, Fray Junípero Serra, Francisco Javier de Clavijero, Fray Juan de Zumárraga, Pedro de Gante y Vasco de Quiroga entre otros.
La empresa conquistadora de aquel puñado de hombres que llegaron aquí después de 800 años de dominación musulmana en la península ibérica, terminó con la Guerra de Granada en 1492. Venían inspirados en las ideas del renacimiento y la expansión a mundos desconocidos.
¿Qué hubiera pasado si Bartolomé de las Casas perdía en 1551 la crucial polémica sobre la condición humana o no del hombre originario de América? ¿Frente a las tesis del Dr. Fray Juan Ginés de Sepúlveda?
¿Por cuánto tiempo hubiéramos quedado los habitantes de este “nuevo mundo o mundo nuevo” a la condición de simples homínidos o primates? ¿Sometidos a la servidumbre injusta como pretendía el Dr. Sepúlveda? El curso de la historia habría tomado otro camino, sin las ideas humanistas se habría retrasado su evolución.
El objetivo era legitimar las guerras de conquista sometiendo a los “indios idólatras”, a la esclavitud y declararlos desprovistos de razón e incapaces de administrar sus bienes.
El problema no era sencillo, para Fray Bartolomé de las Casas en esta difícil controversia, querella jurídica, teológica con fondo económico y de la mayor trascendencia, se trataba de reconocer o no la condición humana de los seres que poblaban el inmenso territorio de este continente.
Las tesis del Dr. Sepúlveda sobre la “servidumbre natural de los pueblos bárbaros” estaba inspirada en ideas aristotélicas (el fuerte debe dominar al débil). Bartolomé de las Casas opuso su pensamiento filosófico inspirado en las tesis de San Agustín sobre “el libre albedrío”, con influencia también del padre Fray Francisco de Vitoria, que preconiza: los hombres nacen libres e iguales.
En 1542 Bartolomé de Las Casas había presentado al Rey Carlos V su Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, la cual fue un resumen de agravios y calamidades sufridos por los habitantes de la Nueva España, ocasionada por la conquista y por los encomenderos quienes desataron una gran crueldad. Esta denuncia causaría gran alarma en el sentimiento de la España de la época y en las mentes del Renacimiento. Se pudo demostrar que estos seres eran cabalmente hombres, “dotados de razón y capacidad para administrar sus bienes”, por lo que debían ser considerados súbditos de la corona a quienes se deberían de proteger con suavidad.
Este sería el mayor logro para el futuro para la comunidad de naciones de toda la América española. La controversia de Valladolid estuvo preñada de futuro, fue la madre legítima de un nuevo derecho que se gestaría durante un largo proceso, doloroso, por cierto, que pasaría al siglo XVIII marcado por los logros de la Revolución Francesa, (los derechos del hombre y del ciudadano), en 1948 la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, consagrada universalmente por la Organización de las Naciones Unidas, que en su artículo primero establece:
“Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, dotados como están de razón y conciencia deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Director del Centro de Estudios Económicos
y Sociales del Tercer Mundo