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Gran alegría provocó el anuncio del presidente electo Andrés Manuel López Obrador la semana pasada, después de reunirse con el secretario de la Defensa Nacional, general Salvador Cienfuegos Zepeda. Hizo hincapié que las policías no están listas para suplir a las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad, ni la mencionada guardia civil. Afirmó que por lo pronto no hay alternativas para devolver la paz a los ciudadanos sin el apoyo de las Fuerzas Armadas, de hacerlo sería irresponsable, dejaría indefensos a millones de mexicanos, quienes padecen el flagelo de este enemigo oculto y cruel, que es el crimen organizado.
Acto de responsabilidad y congruencia, tácito reconocimiento a la histórica labor que han desarrollado con abnegación y patriotismo los soldados, que no se cansan, no duermen, no titubean; simplemente cumplen con su vocación de apoyar a las instituciones vulneradas y rebasadas, constituyéndose en el guardián, el centinela, el cabo de turno del orden constitucional y la seguridad interior, con una inspiración: el respeto a los derechos humanos y defensa de la soberanía.
Muchos países enfrentan amenazas de esta caterva de enemigos ocultos, caballos de Troya, encabezados por organizaciones criminales que retan a los Estados y sus gobiernos, pero se equivocan: la ley y la razón de Estado siempre triunfan.
Se habla mucho en el país, en pro y en contra de las tareas que desarrollan las Fuerzas Armadas (Ejército, Fuerza Aérea y Marina), que han pagado una factura muy alta. Muchos soldados han caído asesinados luchando contra esta delincuencia, dejando huérfanos y viudas, que al parecer a nadie le importa.
En muy raras ocasiones la sociedad reconoce el sacrificio de los soldados, quienes realmente son campesinos uniformados. Caen acribillados por cumplir con su deber, realizan misiones que no les competen, porque fueron educados, equipados y entrenados para la guerra. Las misiones de seguridad pública las realizan cumpliendo órdenes de su Comandante Supremo: el Presidente de la República. Sin embargo, han surgido críticas injustas y a veces sucias que provienen de organismos delincuenciales y criminales, ignoran que su actuar lo realizan a cambio de nada, no desean aplausos ni reconocimientos, solamente ofrecen su lealtad: sacrifican todo comodidades, persona, familia, velan por la tranquilidad y la paz pública.
El Ejército Mexicano ha trabajado con abnegación, bajo el escrutinio de una sociedad madura y vigilante que le aplaude al verlo desfilar con gallardía por las calles de la ciudad, al lado de otros que tratan de desprestigiarlo. Nadie ignora que estas Fuerzas son el garante de la seguridad interior, trabajan en medio de vendavales, lluvias, huracanes y también terremotos. Son los primeros en auxiliar a la población en medio del desastre, salvan a niños y ancianos, protegen lo más valioso su vida, aplicando el Plan DN-III-E.
El Ejército es una Institución centenaria hija legítima de la Revolución Mexicana, fundada por don Venustiano Carranza. Desde su origen ha sido el manto protector de la Constitución, las leyes ordinarias, la seguridad exterior coadyuvando también en la seguridad interior en medio de una corrupción y descomposición de órganos policiacos a quienes realmente les competen estas tareas. Desempeñan sus trabajos con energía y pasión, porque saben que la legalidad y el respeto a los Derechos Humanos es su escudo, su flecha y su faro de luz que ilumina su actuar, es heredera de una de las más puras tradiciones del pueblo mexicano celoso de su soberanía.
Centro de Estudios Económicos y Sociales
del Tercer Mundo A.C.