Una pelea de box es definida o por un knock out o por la determinación final de los jueces, pero cómo podrá medirse con exactitud al ganador de un debate. Para algunos triunfa aquel que hizo más y mejores propuestas, para otros el que evidencia las mentiras de su contrincante, en fin. En el mundo no existe al día de hoy parámetro eficaz para medir ni la calidad ni la cantidad de buenos golpes que se dan en un debate, de ahí que muchos acudan a las manipuladas encuestas, las cuales no ayudan al análisis democrático ya que en muchas ya no son personas las que votan sino robots que emiten, dando apenas un clic, miles de votos a una encuesta, con lo cual los contenidos de fondo jamás son evaluados.
La gran pregunta sería, entonces, saber no quién ganó, sino quién perdió. Si analizamos con seriedad el último debate presidencial, dejando a un lado las encuestas, sería muy temerario afirmar que AMLO ganó el debate teniendo en cuenta que no presentó propuestas claras sino, como siempre, habló vagamente de puras generalidades, lugares comunes e información errática: crear empleos, acabar con la corrupción de la mafia del poder (olvidando que la mitad de esa mafia son ya candidatos de su partido) y construir trenes y vías férreas donde está demostrado que ya existen trenes y vías férreas.
AMLO se confirmó, nuevamente, como el bromista iracundo, el ocurrente irrespetuoso y el candidato que no tiene idea de cómo funciona el país, pues así como no entiende la situación de los inmigrantes, mucho menos comprende a los trabajadores mexicanos. Lo anterior por una simple razón: porque AMLO nunca ha trabajado, nunca ha generado empleos ni atraído inversiones y no sabe qué es pagar impuestos (en los últimos años su declaración ante Hacienda está en ceros).
Su verdadera y gran propuesta es “la gratuidad”, esta “gratuidad” que nos pone en riesgo de regresar al populismo autocrático. Es muy fácil ofrecer dinero gratis a adultos mayores, jóvenes que no estudian ni trabajan, madres solteras, campesinos, el pequeño inconveniente es que en el mundo nada es gratis y, por tanto, alguien tendrá que pagar por ello. A un estudiante pueden no cobrarle el ingreso a la universidad, pero eso no significa que los profesores no cobrarán por dar clases. Al final del día alguien tiene que pagar por aquello que se nos da de forma gratuita. Si nos lo da el gobierno, no es el gobierno finalmente el que paga, sino los ciudadanos con sus impuestos. Entre más nos dé el gobierno, más pagaremos los ciudadanos.
El discurso de la gratuidad es atractivísimo pero depende de en qué lado de la sociedad te coloques, si de aquellos que recibirán todo gratis o de aquellos que tendrán que pagar por ello. Una política pública de esta naturaleza puede llegar a ser tan injusta que orille a los que hoy contribuyen a mejor pasarse al lado de los que reciben gratis, lo que dará como resultado millones de personas recibiendo gratis y solo unos cuantos trabajando para todos ellos, situación que llevara al país, como ya sabemos, a la bancarrota.
Senador de la República