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El pasado martes, se conmemoró el 102 aniversario de la promulgación de la Constitución de 1917. En lo general, éstas eran fechas propicias para tomar un buen puente vacacional y, en el caso de la clase política, se presentaba la oportunidad para que el presidente en turno enviara un mensaje por medio de algún representante, o bien, por voz propia nos hacía ver lo grandiosa que era la Constitución para ofrecernos tantos derechos no cumplidos.
Durante el largo periodo en que gobernó el PRI durante el siglo XX, no hacía falta crear un nuevo acuerdo político institucional, simplemente porque no era necesario arreglar ni actualizar nada que no se pudiera resolver por la vía de hechos. Como bien decía el profesor Sartori, fue en ese periodo en que México tuvo una Constitución material en donde se gobernaba más por usos y costumbres, que por lo que mandataba la ley suprema en normas e instituciones. Por supuesto, un partido hegemónico con alta disciplina y cohesión interna, se prestaron a tolerar y aprobar casi todo lo que les pedía el presidente, con la única excepción de la reelección presidencial, lo cual le permitió al antiguo régimen tener una prolongada presencia política.
En el siglo XXI, con el arribo de la pluralidad y las alternancias electorales en los distintos niveles y órdenes de gobierno, el sistema político mexicano logró transitar exitosamente hacia el ejercicio del poder bajo las reglas de la constitución formal. Y aquí nos dimos cuenta de que el arreglo político que nos ofreció Carranza y sucesores, no era el más funcional para un sistema de partidos fragmentado con el diseño institucional de un gobierno presidencial que funciona mal, con gobiernos divididos. Con independencia de la incompetencia de algunos ex presidentes y de sus respectivos equipos de trabajo, algunas reglas del modelo del gobierno que tenemos, han demostrado su caducidad y disfuncionalidad, que deben ser atendidas tan pronto y sea posible. La pregunta a resolver en este tema en particular, es sí se llevan a cabo reformas por medio del procedimiento que ofrece la Constitución vigente, o bien, a través de un congreso constituyente, para aprobar un nuevo texto constitucional.
Qué mejor ocasión que el aniversario de la Constitución. Y creo que en esto radica la importancia del mensaje que dio el presidente López Obrador en días recientes. A diferencia de lo que titularon muchos medios de comunicación, sobre la posibilidad de que hacia el final de su administración, se podría convocar a un congreso constituyente, para que se redacte una nueva ley fundamental, después de haber leído la versión estenográfica de su mensaje, me queda claro que su gobierno difícilmente propondrá una nueva constitución, lo cual en este tema, lo hace ver prudente, realista y muy pragmático.
Si bien en el mundo ideal, tiene la convicción de que la Cuarta Transformación requiere de una cuarta Constitución, es muy consciente de “que no hay condiciones para eso, porque hay otras tareas y reformas que pueden tener la misma importancia”. Y es claro qué a pesar de contar con amplias mayorías en el Congreso, también es cierto que se ha dado cuenta que sus propios compañeros de partido, se han equivocado en la redacción y negociación de algunas leyes recientemente aprobadas, que han complicado el inicio de su administración. ¿Qué sería de una Constitución?
Por lo pronto y en consistencia con sus propuestas de campaña, impulsará únicamente 3 reformas relacionadas con la lucha contra la corrupción, la impunidad y el fortalecimiento de la democracia. Tres reformas es un número muy manejable con temas sensibles en nuestra agenda pública. Espero que la democracia representativa encuentre un espacio en estas propuestas a fin de hacer al gobierno más funcional y eficaz, como también lo propusieron en su momento Juárez y Lerdo de Tejada.
En efecto señor presidente, la Constitución no ha muerto. Sigue vigente con todo y sus principios, normas, instituciones, procedimientos y derechos no cumplidos en favor de los más necesitados.
Académico en la UNAM. @Jorge_IslasLo