Petróleos Mexicanos está muy enfermo. No sólo perdió su salud financiera, también menguó su fortaleza operativa y técnica. Nunca una administración pública federal había dejado a la siguiente a Pemex en condiciones tan endebles. La celebración de la expropiación de la industria petrolera del 18 de marzo pasado, es una de las más tristes, porque las dos administraciones pasadas fracasaron.
La de 2006 a 2012 falló, porque con ingresos petroleros extraordinarios como nunca antes se habían recibido no separó a los siameses fiscales, esto es dotar a Pemex de los medios para ser un organismo público descentralizado sano financieramente, sin pasivo laboral, y con capacidad de invertir en incrementar reservas probadas y producir más petróleo. Va a pasar a la historia como la administración que tuvo todo el dinero necesario para apuntalar a Pemex, pero que dilapidó en Chicontepec recursos escasos y valiosos para inversiones productivas.
La de 2012 a 2018 perdió la oportunidad de fortalecer a Pemex en el contexto de una de las reformas energéticas más sólidas y más completas que se han hecho en el mundo. Pese a ello, y pese al haber ratificado en nuestra Constitución que la Nación ha sido, es y seguirá siendo la propietaria de los hidrocarburos, perdió la oportunidad de transformar a Pemex en la Empresa Productiva de Estado que se imaginó.
En Pemex no pudieron, no quisieron o no supieron transformarlo para que, una vez eliminado el monopolio de Estado para producir petróleo y gas, convirtiera las asignaciones en concesiones. Esto es fundamental, porque esto es la condición necesaria para cambiar de un régimen fiscal de derechos a uno de impuestos sobre la renta. La metamorfosis de Pemex de organismo público descentralizado a Empresa Productiva de Estado no se dio. De haberse dado, habría cambiado también el régimen fiscal de derechos, lógico en un contexto monopolístico para capturar la renta petrolera, a un régimen que tributa impuestos sobre las utilidades, como cualquier otra empresa. En breve no lo hizo, y por eso hoy en día Pemex, como una empresa técnicamente en quiebra, sus pasivos superan a los activos, está en la ruta de perder la calidad crediticia de inversión. El problema es aún más grave, porque si no se hace nada, Pemex, como un lastre que es hoy, puede afectar seriamente a la calidad crediticia del gobierno federal, y con ello afectar a todas las empresas mexicanas al exponerlas a tasas de interés más altas, dado el riesgo que representa la carga de pasivos con el exterior de Pemex.
El mejor regalo que se puede dar a los mexicanos es, desde luego, volver a todo mexicano en un accionista de Pemex. Sin embargo, aunque el presidente López Obrador sí tenga la credibilidad y el poder político para hacerlo, parece aún que estamos lejos. Hoy necesitamos capitalizar a Pemex, especialmente para reducirle el alto costo de la deuda externa, cuya contratación en exceso inició en 2008, y el cual no paró. Por eso el saldo de la deuda externa de Pemex pasó de 7.1 miles de millones de dólares (mmd) al cierre de 2007, a 89.2 mmd a fines de 2018. No sólo eso, además de haber aumentado la deuda, cayó la producción de petróleo de 3.1 millones de barriles diarios a 1.7 mdb para ese mismo período. Algo peor aún, se desplomaron las reservas probadas de hidrocarburos. ¿Dónde estuvo el Congreso de la Unión con la aprobación tan irresponsable del endeudamientro?
Para salir de esta depresión, sí hay algo positivo: el Constituyente Permanente creó un conjunto de fondos, tanto para invertir los recursos obtenidos de la extracción de un recurso no renovable en riqueza renovable, como para el crecimiento y desarrollo de México. Por ello, sí es una muy buena idea utilizar activos de la Nación para reducir pasivos en el exterior que son sumamente onerosos, y que afectan el déficit en la cuenta corriente. Eso sí, en caso de hacerlo, Pemex para sanarse tiene que sanearse financiera, operativa, técnica y sindicalmente.
Economista. @jchavezpresa