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Esta semana Donald J. Trump expuso frente a los poderes de la Unión Americana lo que pretende lograr en la segunda mitad de su mandato. Sí hubo un cambio: pidió a la clase política trabajar por los estadounidenses, no los demócratas o republicanos. Le ha ido bien en la economía, pero no ha sido exitoso en la política. Le tomó mucho tiempo lograr que el Congreso le aprobara alguna ley, pese a la mayoría que tenía en ambas cámaras hasta 2018. Además, sus decretos antimigratorios han sido impugnados y no avanza con su propuesta de muro. Su recorte de impuestos, con una economía ya muy acelerada, ya logró alzas salariales sostenidas y ya hay problemas para encontrar personal. Sin embargo, su estridencia y polarización ya le pasaron la primera factura: perdió la mayoría en la Cámara de Representantes, en la que ahora dominan los demócratas y las mujeres. Esto no le imposibilita reelegirse, pero va a estar cuesta arriba su reelección.
En contraste a Trump, el presidente Andrés Manuel López Obrador posee el sueño de todo político. Además de ganar la presidencia de la República con poco más de 30 millones de votos, Morena, su partido, obtuvo la mayoría en el Senado y en la Cámara de Diputados, y dispone de la mayoría en los congresos estatales. El escenario impensable lo alcanzó y, con un poco de operación política, está en condiciones de hacer cuanta reforma constitucional proponga. Después de su discurso del 5 de febrero, día que celebramos la promulgación de la Constitución de 1917, seguramente él y su equipo están ponderando si les alcanza para convocar a una Asamblea Constituyente para elaborar una nueva constitución. Y seguramente en su equipo económico le estarán advirtiendo de los grandes riesgos que tiene un proyecto de dicha naturaleza al cuestionarse y abrir nuevamente una discusión sobre los derechos de propiedad. Esa sí sería una forma de detener la inversión privada, tanto nacional como extranjera.
Pero con los 30 millones alcanza para mucho, especialmente para enderezar lo que está chueco en el país. Por ello el apoyo unánime a combatir la corrupción, y por lo pronto el combate al robo de combustible. En México estamos insatisfechos con la mala política. Estamos deseosos de que regrese al país la “paz social” de la que el PRI se ufanaba. Hoy la seguridad es el tema fundamental, tanto para recuperar la soberanía del Estado sobre cada rincón del territorio nacional como para proteger la integridad física y patrimonial de quienes vivimos en México. Sólo con seguridad el Estado puede proveer adecuadamente los servicios con los que se materializan los derechos sociales. Por ello el tema de la Guardia Nacional, o de preferencia tener una Guardia Civil, es básico. Es un tema delicadísimo: se va a crear el monopolio más grande que ha tenido el país en su historia para concentrar el uso de la fuerza legítima del Estado en una corporación.
Recordemos que las fuerzas armadas son nuestro recurso de última instancia para hacer uso de la fuerza legítima, igual que el Banco de México es nuestro recurso de última instancia para hacer frente a una crisis financiera.
Hay mucho por hacer para que el país recupere tasas vigorosas de crecimiento. Varias entidades federativas han venido creciendo de manera sostenida por más de 10 años a tasas comparables con las del sureste asiático. Lo han hecho porque le han apostado a la educación y la han vinculado con los sectores productivos nacionales y extranjeros. En la medida de sus capacidades han invertido para conectarse con más y mejor infraestructura con el interior y exterior. Pero es insuficiente: que Chihuahua sea el principal exportador de manufacturas, o que Querétaro, Nuevo León, Aguascalientes y otros más muestren crecimientos importantes no alcanza para jalar al resto de las zonas rezagadas. Por ello, lo más elemental es tener buenos gobernantes a nivel estatal y municipal en todo el país, principalmente donde la pobreza sigue sin ser abatida.
Menciono el crecimiento económico antes que la tarea titánica de reducir la desigualdad y promover la inclusión, porque si no hay riqueza no hay con qué pagar los programas y proyectos para lograr un país más equitativo y más incluyente. Todos vimos cómo el presidente Fox desperdició el gran bono democrático que ganó en el 2000. Ojalá, por el bien de todos, que los más de 30 millones de votos sean invertidos para todos los mexicanos. Un primer paso: dejemos de hablar de fifís y chairos. México necesita estar unido.
Economista.
@jchavezpresa