Este año que está por terminar lo recordaremos por lo que aconteció en la arena política. En el 2018 México cambió drásticamente su mapa electoral. Desde la Presidencia de la República, pasando por el control de la Cámara de Diputados y el Senado de la República, las ocho gubernaturas y la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, ayuntamientos y alcaldías y el control de los congresos locales. El mapa se tiño del color de Morena. Desde 1997 el presidente de la República no tenía el control del Congreso de la Unión, y ahora con un esfuerzo de operación política, el presidente Andrés Manuel López Obrador tendrá al alcance las reformas constitucionales con la aprobación de la Constituyente Permanente.

Los relativamente buenos resultados económicos no fueron suficientes para convencer al electorado de refrendarle al partido en el gobierno su confianza para retener la presidencia. La población que salió a votar lo castigó sin misericordia. Hasta donde pudo mandó al PRI al tercer lugar.

El récord en el manejo de las finanzas públicas, la estabilidad macroeconómica y el crecimiento de la economía no alcanzaba para revertir el enojo y decepción. No impresionó el haber generado más de 4 millones de empleos formales. Ni siquiera los dos sexenios anteriores juntos lo lograron. En los medios y las redes sí pudo permear que lo alcanzado no sólo no era bueno, sino que se quedaron lejos de las expectativas creadas. Por ejemplo, aunque fue impresionante el número de nuevos empleos formales, la crítica dominaba menospreciando el logro al replicar: sí, en efecto, fueron muchos, pero son empleos mal remunerados. No importaba que ya accedieran al Seguro Social y a la Infonavit. Tampoco impresionó que durante toda la administración la actividad económica creciera de manera ininterrumpida y sostenidamente.

Fue uno de los sexenios más breves de la historia: empezó a tambor batiente con un número de reformas estructurales que ponían a México en la vanguardia para darle competitividad a su añejo y anquilosado sector energético; creó órganos autónomos para separar los intereses económicos y políticos de las decisiones de lo estrictamente técnico. El sexenio empezó a desfigurarse con la pésima imagen que ocasionó la “casa blanca”. El tufo a corrupción que invadía la atmósfera se alimentaba cada día con un nuevo escándalo. Odebrecht y el director general de Pemex; la obra pública concentrada en pocos contratistas y de mala calidad; para ejemplo está el socavón en la autopista de Cuernavaca a Acapulco. La población no se dejó deslumbrar con la grandiosidad en los planteamientas, porque a fin de cuentas fallaba la ejecución. Quedará como botón de muestra la obra inconclusa del tren Toluca – México.

Lo que causó una herida letal fue la tragedia de Ayotzinapa. Lo más paradójico fue que se dió en un estado y en municipios gobernados por la oposición, pero fue el gobierno federal el que cargó con la culpa. El gobierno federal no supo explicar, procesar, ni acompañar a los familiares de las víctimas. La corrupción, la displesencia y la decidia de los gobernadores fue la gasolina que acrecentaba el fuego del coraje de la población. Los gobernadores no se han ocupado de lo básico, lo más elemental de su responsabilidad en un territorio: garantizar la seguridad y la integridad física de la población. No se molestaron ni se inmutaron por construir las policías estatales. Sí están las excepciones: Ciudad Juárez, Nuevo León, y quiza una u otra más que se me escapa.

El caldo de cultivo estaba preparado para un cambio radical. Se extendía la creencia de que peor no se podía estar; así se dio un clamor por un cambio radical que tirara a la basura lo existente para darle la oportunidad a un candidato que logró crear una imagen de honestidad y empeño en concretar sus promesas. Si bien los dados de la elección ya estaban cargados desde un inicio, pues el candidato ganador ya era ampliamente conocido a lo largo y ancho del territorio nacional. Recorrió por tierra como ningún otro candidato que se recuerde tres veces a el país, con lo que logró un contacto cercano con la gente.

Para terminar, 2018 se recordará como el año en el que los partidos políticos explotaron en mil pedazos. Ahora empezaremos 2019 con el gran reto de rehacer el sistema político mexicano para que sirva a la población y construya un país mucho más incluyente, menos desigual y más justo.


Embajador de Buena Voluntad
de la UNESCO

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