Con voz pausada, midiendo sus palabras, Donald Trump se recuperó en menos de 24 horas de la debacle que amenazaba ser el fin de su gobierno: sus declaraciones sobre la batalla de Charlottesville, en la que según él lucharon “buenos y malos”: “hay gente buena en ambos lados” declaró, refiriéndose entre otros a neonazis, KKK, supremacistas blancos y antifascistas.

Su anunciado mensaje a la nación el día del eclipse solar, el primero que pronunciaba como presidente, resultó un tema de importancia capital. Podríamos decir que desató la tercera guerra mundial, la que estamos viviendo desde hace ya varios años, pero que ninguno otro líder mundial había tenido el valor de reconocer como tal o de asumir la responsabilidad histórica.

En esta ocasión el enemigo declarado fue por supuesto el “radicalismo islámico”; del país que sea y de donde venga. Trump lanzó una invitación abierta a la guerra: ¡déjense venir!

Anunció que su gobierno ya no comentará en medios el número de fuerzas, tipo de armamento y menos la estrategia a seguir. Bajo su administración EU ya no seguirá en el negocio de “construir naciones” (nation building) a imagen y semejanza de EU. “¡Vamos a matar terroristas!” Así de simple. Y amenazó: ¡vamos a ganar!

La caótica presidencia de Trump estaba viviendo sus últimos días la semana pasada. Pero con ayuda del general John Kelly, nuevo jefe de gabinete, Trump limpió la casa, se libró al fin de la influencia sombría de Steve Bannon, el conflictivo ultra derechista que diseñó la estrategia para llegar a la Casa Blanca, y emitió lo que constituyó un “relanzamiento” de su administración; pero esta vez bajo la tutela del ejército. Trump se puso en manos del ejército de EU y se convirtió en un dictador tercermundista. Como Nicolás Maduro…

Con la mirada complaciente de Bannon en la Casa Blanca, y Trump en la Presidencia, las derechas habían empezado a actuar libremente. Así fue como KKK, supremacistas blancos, neonazis y ahora antifaz (antifascistas) se dieron cita la semana pasada a los pies de la estatua del general confederado Robert E. Lee, y protagonizaron una batalla campal. Como el tema era la “remoción” de la ofensiva estatua de Lee, asistieron también estudiantes, profesores y activistas de izquierda.

Todo mundo exigía que el presidente condenara la violencia (tres muertos, decenas de heridos). Trump se rehusó, insistiendo dos veces que “ambos lados eran culpables”.

Los ciudadanos de EU están apenas conociendo la peligrosa ideología del presidente. Después de sus discursos de campaña, donde rara vez se habla con la verdad, y de siete turbulentos meses de gobierno dedicados a firmar en forma atropellada decenas de decretos presidenciales (muchos de ellos destinados a borrar el paso de Obama por la presidencia), aparece la verdadera cara de Trump, y es la de un racista confirmado. Ya no engaña a nadie…

Analista político

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