Alfonso Durazo salió encantado de conocerse a los medios de comunicación para acusar directamente de la existencia de una mano negra en la supuesta rebelión de la Policía Federal. Los motivos que acreditan la manipulación perversa son incontrovertibles. Integrarse en la Guardia Nacional implica renunciar a la antigüedad laboral, rebajarse en automático del sueldo, recibir peores prestaciones, aceptar obligatoriamente formar parte del nuevo cuerpo o, en caso contrario, perder todos los derechos adquiridos como servidores públicos. Ante esta negrísima mano, optó el flamante titular de Seguridad Pública, haciendo gala de su instrucción recibida en el fifi Tecnológico de Monterrey, por denunciar a Felipe Calderón como responsable de la revuelta. Respetuoso del Estado de Derecho y de la presunción de inocencia, lo hizo como sólo un demócrata sabe hacerlo: señalando con su dedo al ex Presidente. El debate se abrió de inmediato, ¿con qué dedo fue acusado el licenciado Calderón? Para atajar especulaciones, Andrés Manuel López Obrador explicó con su afamada pedagogía que se trataba de una policía corrupta desde su creación. Fiel a su costumbre, no presentó ninguna prueba. (Parece que acusar con pruebas es cosa de fifís). De manera que en instantes solventó la controversia: la Policía Federal pasa a ser Guardia Nacional y deja de ser corrupta porque así son las cosas; y la mano negra que mereció el dedazo de Durazo es la del licenciado Calderón porque lo dice él, Durazo el negro.
La comunicación entre los miembros del gabinete y el Presidente se antoja que no puede ser más eficiente. Las razones que aducen para desmantelar de mala manera a la Policía Federal no pueden ser más convincentes; los argumentos para explicar la reacción de los integrantes del cuerpo de seguridad no admiten réplica. Entrevistado un afectado por la reconversión alcanzó a declarar: el Presidente es corrupto porque viene del PRI, aludiendo a que los integrantes del instituto de seguridad son corruptos porque pertenecen a la Policía Federal. A lo mejor a Andrés Manuel no le convence el silogismo, pero podría pensar que al damnificado quizás tampoco.
Con los días, Durazo el negro ha perdido protagonismo. Sin embargo, lo ha ganado el ex Presidente Calderón justamente por un motivo opuesto al que maquinó cuando lo señaló con su dedo. Con un sentido de Estado del que carecen el Presidente y su negro Secretario, Felipe Calderón defendió a la Policía Federal en lo relativo a conservar sus derechos laborales, los mismos que seguramente López Obrador y Durazo con todo y dedo querrían para sus hijos y para ellos mismos, instando además a que se depure de corrupción la fuerza policial. Llamarle sentido de Estado a lo que es sentido común parece desproporcionado.
Durazo cometió un despropósito más. Andrés Manuel se hizo a un lado pero no del todo.
Ambos tienen la obligación de resolver apegados a derecho la situación laboral de todos y cada uno de los miembros de la Policía Nacional porque son mexicanos y servidores públicos. La realidad se revela otra vez en contra del Presidente: el pueblo somos todos y no quien le conviene según las circunstancias. El dedo negro de Durazo ha encontrado por fin a la anhelada oposición sin necesidad de buscar ni en los partidos ni en el Congreso. Y mientras asoma otro dedo que no es negro y nadie se pregunta cuál es.