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En los últimos días, distintos articulistas y politólogos han hablado del PRD como un partido en extinción o ya en camino a su sepultura debido a los peores resultados electorales obtenidos en sus 29 años de existencia.
El PRD es un partido relativamente joven, comparado con la edad del PRI y el PAN, pero es visto como “partido tradicional” dentro del actual esquema de partidos. Se le ubicaba como el principal referente de la izquierda mexicana hasta antes del 1º de julio, pero ahora mucha gente piensa que la “izquierda moderna” está representada en Morena y en AMLO.
Por lo tanto, concluyen, el PRD ya no tiene futuro, a pesar de sus 3 millones de votantes y haberse situado como el cuarto partido político nacional con registro legal, con un moderado 5.4% de los sufragios.
¿Qué va a hacer el PRD ya sin los gobiernos de la CDMX, Morelos y Tabasco? Será su muerte, dicta la sentencia de muchos, ignorando que durante muchos años no contamos con gobiernos locales.
Algo similar se dijo del PRI en el año 2000, cuando por primera vez perdió la Presidencia de la República ante Fox. “El PRI no sabe vivir sin la Presidencia y menos en la oposición”, se señalaba. Pero en 2009, ante un desastroso gobierno de Calderón, el PRI se colocó en la antesala de Los Pinos, a donde arribaría 3 años después. Ahora otra vez perdió y cayó al tercer lugar.
El PAN no supo ser gobierno y en 2012 perdió la Presidencia y se fue al tercer lugar. Ahora se colocó en segundo sitio como parte de una coalición.
Luego entonces las victorias no son eternas ni las derrotas son para siempre. Las mayorías pueden dejar de serlo y las minorías pueden convertirse en mayorías. Esa es la lógica de la democracia.
Ahora bien, es evidente que el PRD entró en una situación de crisis. Múltiples factores, externos e internos, contribuyeron a crear “la tormenta perfecta” para que no solo no fuéramos una opción confiable ante la mayoría del electorado, sino para que prácticamente desapareciéramos como opción de izquierda; aunque dijéramos reiteradamente que éramos la izquierda democrática, moderna, responsable y con las mejores propuestas para el país, nuestras banderas programáticas solo se perfilaron tenuemente debido a problemas de comunicación y errores en las campañas.
Un partido en crisis tiene la obligación de hacer su propia autocrítica profunda y exigirse superar sus errores, resolver sus problemas y plantearse las nuevas tareas, en un escenario sumamente complicado, especialmente para el PRD, ya que Morena es resultado directo de una escisión del PRD y apareció como la “opción de izquierda”.
El PRD no puede seguir como llegó a estas elecciones. Tiene que repensarse, redimensionarse y reinventarse si no quiere desaparecer, extinguirse. Y para lograrlo debe hacerlo de la mano, junto con liderazgos de la sociedad que comparten con nosotros que ni Morena ni AMLO son de izquierda, mucho menos democráticos; que estamos ante el riesgo de una inminente restauración autoritaria con el aval del voto popular mayoritario, que puede cancelar la débil transición democrática con un presidencialismo sin contrapesos.
Quienes venimos de la izquierda mexicana desde principios de los años 70 sabemos que sólo despojándonos de viejas concepciones y prácticas caducas pudimos llegar a conformar el PMS en 1987, ir al Frente Democrático Nacional con Cárdenas en 1988 y en 1989 poner al servicio del ahora PRD el registro legal del PCM. Es el momento de hacer algo similar con el registro del PRD para refundarlo y, en una síntesis creativa, construir algo superior con otros sectores de la sociedad. Las oportunidades para reiniciar el proceso de acumulación de fuerzas son y serán muchas ante la incapacidad del gobierno de AMLO de cumplir sus promesas y por los errores y ocurrencias que ya empezaron a asomar. Con AMLO no habrá cambio de régimen, ni fiscal autónomo, ni verdadero combate a la corrupción. Y allí debemos estar como nuevo proyecto de izquierda moderna y democrática.
No habrá extinción. Como no nacimos ayer, no nos vamos a morir mañana.
Vicecoordinador de los diputados del PRD