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El ambiente de tensión, angustia y desorientación por las perspectivas de las elección del 1 de julio han llegado a niveles sin precedente. La crispación es muy elevada y producto de una sucesión, que parece interminable, de errores de todos los actores políticos.
Las encuestas serias son claras. Las preferencias electorales favorecen a Andrés Manuel López Obrador (40%), seguido de Ricardo Anaya (32%), y luego el candidato del PRI (20%). Los independientes captan menos de 10%. La tendencia de las encuestas señala un ascenso gradual de AMLO y Anaya y un estancamiento de Meade. Primero, el periodo de precampañas se resume en una expresión: intercambio de descalificaciones entre los candidatos. Sin embargo hoy, en el periodo de intercampaña, se ha revelado un cuarto actor central: el Gobierno Federal, en especial la PGR y el SAT, que anunciaron una investigación del candidato Ricardo Anaya, y con ello una bomba para el proceso electoral. Si bien las autoridades están obligadas a investigar por oficio operaciones sospechosas o lavado de dinero, tienen que dar sustento sólido a sus acusaciones. Hasta ahora no lo han hecho, lo que no quiere decir que no lo puedan hacer después.
La gota que derramó el vaso, por ser una provocación y quizá violatoria de la Ley, fue que la PGR filtró un video de Ricardo Anaya y sus principales colaboradores, destacadamente Fernández de Cevallos, en sus oficinas, mismo que ha sido ampliamente difundido. La reacción de Anaya no se dejó esperar. Le espetó al presidente Peña, “así no” y advirtió que, de llegar a la presidencia, propondría una comisión de la verdad que lo investigara y, en su caso, lo encarcele. Una reacción comprensible ante una provocación incomprensible.
Dados los alcances de los agravios mutuos y la situación sin precedente, ¿cómo reorientar ahora el proceso electoral hacia los cauces de una civilidad democrática constructiva?
Segundo, es vox populi que amplios segmentos de la opinión pública y del priísmo consideran que la candidatura de Meade no está logrando la potencia y efectividad necesarias para triunfar. Pequeños o grandes, los eventos de precampaña se han quedado muy cortos. La foto y la lista del equipo de campaña fue una desilusión; un rompecabezas con cuatro jugadores: el presidente Peña Nieto, Luis Videgaray, Enrique Ochoa, y José Antonio Meade. De los 37 nombres incluidos en la lista, sólo 10 son claramente de Meade, y no son los más importantes.
Éstos y otros hechos dejan clara la participación del Presidente, Enrique Peña Nieto, en el proceso electoral en dos vertientes principales. Primera, la descalificación del candidato Anaya, quizá como prolegómeno para una eventual descalificación de López Obrador. Segunda, el encorsetamiento del candidato Meade, a quien tiene cercado en todos los aspectos de la campaña.
Respecto al primer punto, destaca lo riesgoso de la estrategia de descalificar, desde el gobierno y echando mano de recursos del gobierno, a algún candidato, situación que tuvo un precedente fallido cuando Vicente Fox intentó desaforar a AMLO. Así, el gobierno ha puesto a las instituciones y a todos los mexicanos en una zona de alto riesgo. O deja de filtrar materiales y prueba las acusaciones contra Anaya, o el resultado será un duro golpe para el gobierno y, por ese conducto, para el candidato Meade, quien sorprendentemente se ha prestado a esta trama de acusaciones recíprocas.
No es la primera ocasión que la intervención excesiva del presidente “incumbente” en la campaña del candidato del PRI desemboca en un desencuentro entre ambos. Vale recordar 1976, con Luis Echeverría y López Portillo. También hay similitud con la omnipresencia del Presidente Carlos Salinas durante la campaña de Luis Donaldo Colosio. La diferencia es el grado actual del sentimiento antipriísta del electorado (46% afirma que no votaría por el PRI), principal reto para el candidato Meade, al que siguen abonando desde el gobierno con escándalos continuos de gobernadores corruptos, con la “estafa maestra” (Rosario Robles), con la dilación de acciones en el caso Odebrecht y otros de corrupción, e incorporando individuos impresentables en el grupo de colaboradores del candidato Meade.
Para el priísmo y el candidato Meade existe un riesgo mayor: que en las listas de los candidatos del PRI a los múltiples puestos de elección popular se incluyan personajes impresentables ante la ciudadanía y/o que agravien al priísmo. La integración de esas listas marcará a Meade. Esa definición debe ser su primer acto de gobierno, no un estertor del de Peña Nieto. El priísmo y la ciudadanía están atentos a este asunto, decisivo para la elección. El 89 aniversario del PRI pasó sin pena ni gloria; eso no quiere decir que el priísmo no está ahí, expectante de los actos del Presidente de la República y de su candidato. Para todos es indispensable emancipar al candidato Pepe Meade.
Presidente de GEA Grupo de Economistas y Asociados / StructurA