Tuve la oportunidad de ver y comentar un extraordinario documental, en el marco del admirable y meritorio festival Ambulante; Los Testigos de Putin, del cineasta Vitaly Mansky, un hombre de 55 años, nacido en Ucrania, con más de veinte películas en su haber. Mansky, creador del Festival de Documentales de Moscú, acompañó a Vladimir Putin en su labor cotidiana, en 2000 y 2001, primero como presidente interino, cuando, sorpresivamente, en la Noche Vieja de 1999, Boris Yeltsin anunció al pueblo ruso su renuncia y el nombramiento de Putin; luego como presidente electo. Se trataba de dar a conocer al pueblo, a los electores, en escasos tres meses –las presidenciales tuvieron lugar en marzo– quién era Vladimir Vladimirovich. Vitaly Mansky trabajó muy bien, proporcionando secuencias para la televisión y armando una película que tuvo un efecto positivo sobre la opinión pública. La popularidad del presidente interino subió en tres meses de 3 a 50%. Ganó las elecciones con 51.2% de los votos; el segundo más votado siendo el comunista Guennadi Zugianov con 28 o 29%.
Mansky, 17, 18 años después, ha vuelto a trabajar el material filmado en la época, tanto el que se utilizó como el que se descartó. Hay dos secuencias extraordinarias que manifiestan que entre los dos hombres se había establecido una relación interesante. La primera: Putin explica a Mansky porque tomó la decisión de restaurar como himno nacional, el himno soviético, su música, cambiando las palabras; y acepta que Mansky mantenga su desacuerdo. La segunda: al final del documental, Putin hace un elogio convencido de la democracia y evoca su regreso, no muy lejano, a la vida privada: poder salir a tomar una cerveza tranquilamente. Vladimir Putin va a cumplir veinte años en el poder. Pero ¿qué tanto poder tiene?
Eso no está en el documental: Vitaly Mansky comentó que no se sabe prácticamente nada de la vida privada de Putin. La protege de manera absoluta y eficaz. Lo único que se sabe es que se divorció de la madre de sus hijas. Según Mansky, es un personaje opaco. La realidad política del Estado ruso no es menos opaca. Todo el mundo piensa que el presidente Putin gobierna su país con firmeza y que su poder es absoluto. No se mueve una hoja en la inmensa Rusia, sin su permiso.
Nada más lejos de la realidad, si hemos de creer a periodistas como Andrew Higgins, Oleg Motsnev y la politóloga Yekaterina Schulmann (defensora de los derechos del hombre). Piensan que el presidente no puede controlar la enorme máquina burocrática que tiene sus propias reglas de funcionamiento y sus propios intereses; en ese sentido, Putin, que tiene un retrato del emperador Nicolás I en su oficina (por la guerra de Crimea, en el siglo XIX), podría citar al zar que dijo, con melancolía, “no soy yo quién gobierna a Rusia, sino 30 mil funcionarios”. Ahora son más de un millón y el FSB (el FBI ruso, heredero del KGB que formó a Vladimir Vladimirovich) es un Estado en el Estado.
La Iglesia ortodoxa es otra potencia que tiene su autonomía, y los famosos “oligarcas” no han desaparecido. En un país tan vasto, regiones enteras gozan de mucha independencia. Un caso extremo, e inquietante para el futuro, es el de la república autónoma de Chechenia, regida con mano de hierro por el déspota Kadirov, que instauró la “sharía” y la poligamia, y, que duda cabe, mandó asesinar a Boris Nemtsov, líder de la oposición al Kremlin.
Putin es demasiado visible, de modo que nos dejamos engañar por las apariencias y creemos que es todopoderoso. Yekaterina Schulmann multiplica los ejemplos que desmontan esa ilusión de óptica: “Muchas veces, el presidente dice algo, y no pasa nada o, todo lo contrario”. Defensora de los derechos del hombre, cita el caso de un testigo de Jehovah, encarcelado como muchos otros, y condenado a seis años de cárcel. Putin declaró que perseguir a la gente por sus creencias religiosas era un absurdo de otros tiempos y que eso debía terminar. No pasó nada, el juez confirmó la pena de seis años. Es que la Iglesia ortodoxa y el FSB la traen contra los testigos de Jehovah; la primera teme su éxito, el segundo considera que son agentes de los Estados Unidos. Cito mi fuente: Andrew Higgins, “How powerful is V. Putin Really?”, New York Times del 24 de marzo 2019. Y Vitaly Mansky.
Historiador