¿Cuántos años hace que fue Juan Pablo II a Rumania? Veinte. Para mejorar las relaciones entre su Iglesia y las Iglesias ortodoxas y, como no podía realizar su sueño de caminar en tierra rusa y abrazar al Patriarca en Moscú, buscó otro camino. Sin éxito. Los únicos y valiosos progresos se dieron del lado de Constantinopla, pero no era nada nuevo, remontaba al famoso abrazo, en Tierra Santa, entre Pablo VI y el Patriarca Atenagoras. La recepción al Papa polaco fue bastante fría y pensó: “Peor es nada”.

Francisco Primero no se puede quejar. El viernes 31, cuando llegó a la capital, estaba engalanada con sus fotos en todas las calles del centro histórico y bandas de música lo saludaron alegremente cuando llegó al Palacio de Gobierno. Declaró a los dirigentes políticos, pero el mensaje vale también para los religiosos: “Para caminar juntos hacia adelante, para darle forma al futuro, es necesario sacrificar noblemente algo de sus ideas o intereses en beneficio de un proyecto mayor”. Pensaba obviamente en la necesidad de consolidar la Unión Europea, unos días después de las elecciones al Parlamento europeo, en la necesidad de progresar en una unión política amenazada por los egoísmos nacionales, la reacción populista y los partidos de derecha extrema. Pensaba también en la tan deseada reunión de las Iglesias católica y ortodoxas.

El Vaticano no dejó de apoyar el proyecto europeo, desde un principio, al grado de que los adversarios de la Unión (y de la Santa Sede) la denunciaron y la siguen denunciando como un proyecto papista, lanzado por tres políticos católicos, el alemán Konrad Adenauer, el francés Robert Schuman y el italiano De Gasperi. El Papa evocó la numerosa diáspora rumana en toda Europa, millones de personas que “buscan nuevas oportunidades de trabajo y de una vida mejor”, sin olvidar a los gitanos (“Roms” = de Rumania), recientemente atacados en Italia por el líder neofascista y secretario de Gobernación, Matteo Salvini, y defendidos por la Iglesia católica.

En la tarde del viernes, después de celebrar en la catedral católica (hay 5% de católicos y grecocatólicos en Rumania), Francisco fue recibido por el Patriarca Daniel, en presencia de sacerdotes ortodoxos y católicos. Pidió a su “hermano” no fijarse demasiado en los conflictos históricos entre las Iglesias y recordar, más bien, “nuestras raíces comunes, profundas y sanas, a pesar de haber sufrido, en su crecimiento, los cambios y giros del tiempo”. Afirmó que ortodoxos y católicos deben y pueden ayudarse mutuamente a resistir al embate del secularismo y a contrarrestar “el creciente miedo que, hábilmente manipulado, engendra actitudes de rechazo y odio”. Ese último tema va también para los dirigentes políticos europeos que, abierta o discretamente, rechazan a los migrantes, una actitud que ha contagiado hasta los socialistas escandinavos y a la canciller Angela Merkel. Al final del encuentro, el Patriarca y el Papa se fueron a la catedral ortodoxa y rezaron el Padre Nuestro, algo que le hubiera encantado a Juan Pablo II que no tuvo esa suerte.

El vocero de la Iglesia ortodoxa declaró que las relaciones eran muy buenas y que su Iglesia estaba muy agradecida con la católica que, en toda Europa, presta sus templos para que los rumanos de la diáspora pudiesen asistir a la liturgia celebrada por sacerdotes ortodoxos. Quizá por esa grata experiencia, Francisco pudo, en los días siguientes, viajar en la Rumania profunda –a diferencia de Juan Pablo que no pudo salir de Bucarest– y celebrar, el sábado 1 de junio, una vibrante misa al aire libre, en Transilvania, para 80 mil personas. Una vez más, afirmó que los cristianos no pueden dejarse despojar del amor fraterno por los que predican y provocan la división y el odio. Definió su visita a Rumania como una etapa en su peregrinación por la solidaridad y se describió como uno más “en el seno de la caravana que busca integración, ayuda y solidaridad”. Eso en el santuario mariano de Sumuleu Ciuc.

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