En La Política, Aristóteles nos sigue diciendo que “la propiedad que es común al mayor número de dueños es la que recibe menos atención”. Pongamos que esa propiedad, ese bien común de todos los humanos, es el planeta y captaremos el tamaño del problema, sin olvidar la dimensión metafísica: no somos los únicos habitantes de la nave Tierra, pero, al habernos adueñado de ella, debemos asumir nuestras responsabilidades.
El aire y el agua que contaminamos alegremente entran en esa categoría de bien común mal tratado, desatendido. Los científicos nos alertan con insistencia sobre el pecado mayor que significa la invasión de ríos y mares por nuestros desechos plásticos; al grado de que el antiguo grito, felizmente olvidado de ¡Moros en la costa! o ¡Piratas en la costa! debe sustituirse por él de ¡Plásticos en la costa! Sé de voluntarios que cada año, si no es que varias veces al año, limpian una playa en la costa de Veracruz: levantan toneladas cada vez en una labor de no acabar nunca. Nuestros ríos, grandes y minúsculos, nuestros canales de riego y las acequias están abarrotados de botellas y vasos de plástico. Los océanos, las lagunas, los mares se han llenado de plástico de manera exponencial, siguiendo el crecimiento explosivo de la producción y del uso de ese material fabulosamente cómodo que tiramos sin remordimiento. En 1950, la producción mundial de plástico no alcanzaba los dos millones de toneladas al año; en 2017: 335 millones y la previsión para 2050: 1,200 millones. Imparable la producción, indispensable el uso, pero debemos cambiar nuestra costumbre de comprar, usar y tirar. No tengo cifras para México, pero la Unión Europea que se preocupa mucho por el problema no ha logrado reciclar más del 30% del material; es mucho mejor que el promedio mundial que no llega a 9%, pero no es suficiente.
La basura plástica ha formado islas inmensas en el Pacífico y en el Golfo de Honduras. Los videos del desastre han sido vistos decenas de miles de veces y, sin embargo, este espectáculo dantesco no es nada frente a las consecuencias biológicas de nuestra irresponsabilidad. Según un estudio del 2015, 90% de las aves marinas tienen plástico en su panza, y la tercera parte del pescado atrapado en aguas inglesas, también. Si no ocurre un cambio serio, se estima que para 2050 el peso del plástico en el mar será superior al peso de todos los peces. En News China del 1 de marzo 2018, leo que la contaminación plástica afecta ya 700 especies marinas y amenaza de manera crítica al 17%.
Las investigaciones señalan que todas las naciones costeras contribuyen a la contaminación marina por el plástico (habría que sumarle los deshechos industriales y las aguas negras). En 2015, Science publicó un artículo del equipo de Jenna Jambeck, de la Universidad de Georgia, intitulado Plastic waste inputs from land into the ocean. Pavoroso. 275 millones de toneladas métricas de plástico generado en 192 países costeros, con 12 millones de T. M. entrando al mar. China encabeza la lista de los cinco países más contaminantes. Por su lado, los investigadores alemanes del Centro Helmholtz de Investigación Ambiental publicaron en octubre de 2017 un informe según el cual son los ríos que llevan al mar el 90% del plástico.
Recientemente, China ha tomado conciencia del problema —nosotros, no— y ha multiplicado las iniciativas legislativas y concretas para mejorar la situación. “The Northwest Pacific Action Plan” ha felicitado al gobierno chino y espera que seguirá trabajando en esa dirección. No se puede decir lo mismo de Estados Unidos, cuyo presidente ha reducido en 30% el presupuesto de su Agencia para la Protección Ambiental, además de confiar su dirección a un enemigo de la defensa del medio ambiente.
¿Qué hacemos en México, qué hará nuestro nuevo gobierno, qué haremos todos? Bien dice el científico chino Zhang Yu: “Soy pesimista. No creo que el gran público reflexione sobre la crisis, antes de recibir en su mesa un pescado totalmente lleno de deshechos plásticos”.
Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu