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Comunica, pero no informa. Se hace presente, pero no avanza. Critica al pasado sin hacerse cargo de su presente. Emite más calificativos que propuestas. Goza de su enorme popularidad pero le enfadan los cuestionamientos. Ejerce el poder absoluto y no disimula su incomodidad frente al Poder Judicial, los órganos autónomos, la prensa libre, la libertad de expresión, los organismos no gubernamentales, las calificadoras, el saber, el pensar, el disentir.
Tenemos un presidente que se ha olvidado de los equilibrios y del principio de legalidad. Para López Obrador, la Constitución y las leyes que de ella emanan son un estorbo para su plan de gobierno. Ése que solo él conoce. Los procedimientos de licitación pública deben llevarse a cabo para amarrarle las manos a otros, no a ellos, pues tienen la conciencia tranquila y no son corruptos. El Ejecutivo Federal ha hecho de la primera magistratura de este país un continente de ocurrencias, fobias, prejuicios, contradicciones, arrebatos, amenazas, intolerancia y un rosario de decisiones, a todas luces, equivocadas.
Para López Obrador no existe el principio de presunción de inocencia ni el debido proceso. Es su moral la que impera por encima de esos vagos conceptos. Él encarna la ética. No hacen falta pruebas ni derecho de audiencia para emitir su sentencia. El suyo es un espacio que sirve, por igual, como púlpito para su homilía mañanera que cual patíbulo para ejecutar a quienes considera traidores a la patria.
Alguien que nunca aclaró de qué demonios vivió los años previos a la presidencia de la república, se siente con la autoridad moral para amonestar o, de plano, señalar —sin probar— a gente honesta que se ha ganado la vida a la buena, en el servicio público y en el privado.
López Obrador lo mismo recorta recursos para ciencia y tecnología que para cultura y estancias infantiles. Su prioridad está en el gasto clientelar aunque no sirva para erradicar la pobreza ni la desigualdad. Si acaso se trata de paliativos que serán oportunamente recordados a los beneficiarios y sus familias, ya en calidad de votantes.
El enorme desprecio que irradia contra la educación de calidad lo ha llevado a extremos como la “cancelación” (sic) de “la mal llamada reforma educativa”. Para él, la evaluación es humillante y estresa a los maestros. Con ellos hay que aliarse aunque asfixien, impunemente, vías generales de comunicación y abandonen las aulas. En su modelo, se podrá enseñar ingles sin saber hablarlo, ni leerlo ni escribirlo. Los muchachos podrán ahora copiarse unos a otros porque eso dejará de ser una conducta sancionable y pasará a ser trabajo en equipo.
En realidad, no debería extrañarnos su desprecio por la educación, la cultura, el conocimiento, la innovación y la modernidad. El angelito se tardó, nomás, 14 años en terminar su carrera universitaria; y por eso piensa ahora que los exámenes de admisión son tramposos y coartan el derecho a la educación.
Y pueden barrer con todo vestigio del neoliberalismo en el servicio público. Para López Obrador no importa el rigor técnico ni la legalidad. Es la obediencia debida y el temor reverencial lo que mueve las ciegas almas que le acompañan en ésta, su misión terrenal.
Twitter: @JLozanoA