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A más de dos meses del final de las campañas electorales resulta peligroso que la violencia se pueda apoderar de la competencia; el atisbo de un enfrentamiento entre simpatizantes ocurrido en Puerto Escondido, Oaxaca, el pasado fin de semana, no debería ser el augurio para ello, pero la condena de los hechos, la intervención del árbitro electoral y el mensaje sereno de los contendientes podría evitar una espiral de la cual será difícil salir.
A todos debe quedar claro que la victoria obtenida con violencia equivale a derrota, que el enfrentamiento es contrario a las familias de México que ven en los procesos electorales el vehículo del cambio pacífico, la puerta que puede se puede abrir para transformar la realidad social, mediante el uso de las instituciones y de los instrumentos que los mexicanos hemos pactado en nuestro sistema jurídico.
La violencia carcome la democracia y las instituciones; la violencia destruye el diálogo y derrota a la tolerancia; nos impide el ejercicio libre y razonado del voto; por eso, el árbitro electoral no puede quedar mudo ante lo ocurrido en Oaxaca; deberíamos esperar al menos una amonestación o un exhorto que tenga por fin distender y abonar en el camino de la razón y el respeto a los mexicanos. No hacerlo es comprometer más la credibilidad del proceso electoral. La omisión de la autoridad electoral podría abrir una escalada que se resume en la frase de Gandhi “ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”.
Desde luego que en los candidatos hay gran responsabilidad para mantener un clima electoral de respeto mutuo. La paz y la tranquilidad de esta contienda depende en mucho del mensaje constructivo de quienes se han convertido en los líderes de opinión del momento. Y por lo que han declarado no se observa en ellos este ánimo; lanzar acusaciones mutuas, transferir la culpa de lo ocurrido al otro es igual a poner más leña en el fuego.
Para que a las urnas puedan acudir los electores, más allá de los simpatizantes que tienen la etiqueta del voto duro, es preciso un esfuerzo para centrar el discurso en la propuesta, en el mensaje constructivo. Los mexicanos no quieren escuchar ni ver más guerra de lodo que empaña a la política y a quienes la enarbolan.
El daño colateral de una escalada de violencia en las elecciones sería el abstencionismo, se ampliaría la franja de aquellos que ven en la no emisión del sufragio una forma de protesta; el silencio de millones de mexicanos quedaría justificado porque los actores y protagonistas de las elecciones habrían sido incapaces de motivar, y a contrario, los habrán alejado por la incontinencia verbal y bélica de algunos, y por la violencia física de sus seguidores.
Para México y nuestra democracia “no hay camino para la paz, la paz es el camino”, citando nuevamente al artífice del movimiento de la no violencia en la India.
Vicepresidente de la Cámara
de Diputados