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Fidias, reconocido como el más famoso de los escultores de la antigua Grecia, trabajó con éxito la madera, el oro y la piedra, y seguramente tenía, además, el atributo de la paciencia, esa que permite al artista plástico generar obras monumentales a partir de deformes piedras y rocas de dureza impresionante.
Viene a colación el nombre del artista ateniense, porque en mi concepto algún paralelo tiene la democracia con la escultura. Ambas florecen con el trabajo perseverante de los ciudadanos; se construyen a partir de obstáculos y florecen solo gracias al trabajo fecundo de almas grandes y ciudadanos comprometidos.
Derribar, por ejemplo, los muros del apartheid o segregación racial en Sudáfrica, significaron más de 180 años de lucha y sufrimiento; transformar a la India en una República independiente le llevó a Gandhi y sus seguidores de la no violencia cerca de 90 años.
En México, la Constitución Política, que por cierto está cumpliendo 101 años, proclama que somos una república democrática, pero durante más de 80 años vivimos en un sistema hegemónico, gobernado por un partido que perdió el rumbo, y que, por fortuna, desde 1997 ha dejado de ser el factor único en la vida democrática del país.
En nuestro país como en otras latitudes, la democracia no es una concesión graciosa; en muchos casos hay que arrancarla de las manos de quienes controlan un sistema que les produce múltiples beneficios; otras más bien, han sido el trabajo constante de miles de ciudadanos comprometidos que han transformado nuestra realidad, por citar algunos ejemplos, la lucha de los jóvenes de 1968; el primer triunfo de la oposición para un gobierno estatal en Baja California en 1989, hasta la primera vez que el partido único perdió la mayoría en la Cámara de Diputados en 1997.
Hoy al inicio de 2018 podemos afirmar que, en México, la democracia volvió a derrotar el autoritarismo. La marcha por la dignidad que recorrió más de 4 mil kilómetros, desde Ciudad Juárez hasta el Ángel de la Independencia en la Ciudad de México, puso al desnudo la forma autoritaria y discrecional como el gobierno federal maneja los recursos públicos; el uso faccioso que se puede dar a los mismos al pretender canjearlos por impunidad.
Estamos sin duda ante el despertar de las conciencias, una forma distinta a la lucha en las calles que en algún momento tuvimos que librar; un movimiento que se comunica por las redes sociales, que expresa su sentir en los espacios de discusión pública, y que seguramente, se expresará en forma copiosa en los comicios del primero de julio de este año.
El camino ha sido largo y la democracia será siempre un proceso inacabado, aspiracional, pero que sabemos no avanza sin la participación paciente de todos, como la gota que al caer horada la piedra. Manuel Sandoval lo decía así en su breve poesía “lucha y confía”: Hasta la estéril y deforme roca//es manantial cuando Moisés la toca//y estatua cuando Fidias la golpea//.
Vicepresidente de la Cámara de Diputados