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La aprobación unánime en el Senado de las reformas constitucionales en materia de paridad propicia el recuerdo de mujeres a quienes les debemos estar agradecidas en este punto de la historia.
Entre ellas, destaca Atotoztli, tlatoani (gobernadora) de Tenochtitlán, una de las pocas mujeres de quien se sabe que ocupó un cargo de tal magnitud y que no ha tenido el reconocimiento que le corresponde.
Recuerdo también a Matilde Montoya, primera mujer graduada como médica cirujana; a Paloma Guillén, primera embajadora de México; a Griselda Álvarez, primera mujer electa gobernadora de un estado (Colima).
Pienso en María Cristina Salmerón, quien ingresó a la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje como “escribiente” hasta llegar a ser la primera mujer en presidirla y después la primera mujer en ser nombrada ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
También recuerdo, con el reciente dolor de su pérdida, a María de los Ángeles Moreno Uriegas, destacada política y economista que desempeñó importantes cargos públicos en nuestro país y además fue la primera mujer que presidió el Partido Revolucionario Institucional. La recordamos también por su lucha y sus aportaciones en favor de la igualdad de género.
Hay muchos ejemplos más de mujeres “que fueron las primeras” y se abrieron camino en ámbitos de importancia y de decisión, que hace no mucho tiempo estaban destinados a los hombres.
El proceso de reforma constitucional para avanzar en materia de paridad nos renueva el ánimo y le hace honor a las mujeres que nos preceden y a todas las personas que incansablemente han aportado sus saberes y sus vidas a la igualdad.
El tema ha avanzado en nuestro país. nuestra agenda se reconstruye a partir de todos esos logros, ya que nuestro objetivo es que las mujeres tengan las mismas oportunidades que los hombres para decidir el destino de nuestra sociedad, a partir de ocupar y desempeñar funciones públicas de liderazgo en todos los niveles de gobierno y en los tres poderes de la Federación.
La experiencia nos ha enseñado que la reforma a un cuerpo normativo no garantiza por sí misma que se alcance el fin deseado. En este sentido, se deberán definir las políticas necesarias para lograr que la aspiración de la paridad se materialice.
Entonces, de recordar a “la primera” mujer que ocupó un cargo público, pasamos a aspirar “la primera integración paritaria” de todos y cada uno de los espacios de deliberación y toma de decisiones; pasamos así a la construcción de la democracia paritaria que, desde mi perspectiva, implica, por lo menos:
1. La inclusión de todas las mujeres (jóvenes, indígenas, rurales, afrodescendientes, trans y un largo etcétera);
2. Atención a la violencia política por razón de género;
3. Conciliación entre la vida personal, familiar y laboral, y
4. Participación efectiva de las mujeres, es decir, que no sólo ocupen los cargos, sino que tengan real incidencia en la toma de decisiones.
El Comité para la Eliminación de la Discriminación Contra la Mujer de Naciones Unidas manifestó su preocupación ante la exclusión de las mujeres de la vida política y de los procesos de adopción de decisiones que determinan las modalidades de la vida cotidiana y el futuro de las sociedades. Esta exclusión, señaló, ha silenciado la voz de la[s] mujer[es] y ha hecho invisibles su contribución y su experiencia.
La democracia paritaria es la única vía para hacer que esas voces transformen la realidad.
Magistrada del TEPJF