Este lunes tuve la oportunidad de compartir unos momentos con trabajadores de la construcción en una obra ubicada en la delegación Tlalpan, de la Ciudad de México. Mientras comíamos unos tacos de canasta, me platicaron sus inquietudes sobre la economía de sus familias y los altos costos de los productos básicos, y también sobre los procesos políticos.
Siempre he pensado que quienes aspiramos a ser servidores públicos debemos en primer lugar conocer las demandas y necesidades de las personas y las regiones a las que pretendemos servir. De ahí la importancia de hablar directamente, de presentarnos sin filtros ni mediadores.
En el PRI está ocurriendo exactamente lo contrario.
Desde hace unos meses, la cúpula optó por utilizar mecanismos jurásicos, rituales del pasado, la ya confirmada liturgia que no es otra cosa que el anuncio del dedazo.
Litúrgicas también son las pasarelas organizadas a modo para el lucimiento de los señalados por el dedo de la cúpula. Auténticos montajes de apariencia, para dar forma a lo que no tiene fondo.
Nada de eso sería necesario si la cúpula hubiera aceptado la consulta abierta, democrática, como método para elegir candidatos. Pero las reglas, incluso impuestas bajo la misma liturgia, son las reglas, y a ellas nos atenemos.
No obstante, lo malo es que en cada pasarela el partido pierde, porque no se abre a la sociedad sino que, como si fuera un espectáculo de paga-por-ver, hay ausencia de otros grupos que no sean los dispuestos al elogio sin mayor lugar a la crítica, y es que también los priístas tenemos el derecho a disentir cuando consideramos que nuestros dirigentes o nuestros gobiernos actúan mal.
Por eso, en vez de pasarelas me quedo con reuniones como la que tuve el lunes, con los comentarios buenos, con las experiencias compartidas, con la crítica hacia el PRI y al sistema político mexicano.
En cada reclamo al gobierno por el curso de la economía y la falta de oportunidades para todos, la gente trabajadora me hace reafirmar mi convicción de que no hay mejor asesor para un político que quien vive los problemas todos los días.
Hay incluso quienes viajan al extranjero para aprender sobre los problemas de México, sobre la pobreza del país, pero nunca se han dado una vuelta por las calles y los barrios. Hay que convivir con la gente y saber directamente lo que viven y sienten las familias, para poder trabajar por ellas.
Desde la comodidad de una oficina, con estadísticas y tratados, el resultado son números. Y las personas no son números.
Así que a esas pasarelas a modo les digo: no, gracias.
Diputada federal del PRI