"Yo pude estudiar por una beca, me da mucho orgullo recordarlo, yo llegué a estudiar la universidad, no tenía dinero, y viví en la casa del estudiante tabasqueño. Nos daban hospedaje y comida y por eso pude estudiar". Recordó el presidente durante la presentación del programa de becas a estudiantes en Tejupilco, Estado de México.
Como este ejemplo por demás conocido a nivel nacional, infinidad de jóvenes mexicanos han podido ayudarse a culminar sus estudios gracias a una beca, con apoyos para manutención, transporte e incluso movilidad.
Hablar del valor social de una beca va más allá de la utilidad económica para los beneficiarios, tiene que ver con su desarrollo y su promoción en lo social y laboral, e incluso de sus propias familias
. Un indicador claro de su impacto positivo es la prevención de la exclusión social, diversos estudios han demostrado que a mayor nivel de estudio y/o capacitación, existe mejor integración laboral.
Sin duda, el papel de la educación es la transformación social, una muestra de ello son las políticas de educación superior a partir del movimiento estudiantil de 1968 . Como ha ocurrido en todos los grandes alzamientos estudiantiles de los últimos cien años en América Latina, sus participantes compartían una valoración positiva de la educación, entendida básicamente como una institución capaz de proveer herramientas provechosas para la interacción social en sociedades urbanizadas. Su resultado fue que para la década de los años 80, el Estado Mexicano comenzó una planeación de nuevas estrategias, entre las que se encontraba fortalecer las becas de educación superior.
La política nacional de becas del presidente confía en que una sociedad fortalecida debe responder gradualmente al problema de la conflictividad social.
Busca el principio de igualdad de oportunidades, empezando por garantizar los derechos al trabajo y al estudio contenidos en la Constitución, enfatiza la necesidad de emparejar las condiciones de arranque, de promover la competencia entre individuos antes que cualquier otra competencia.
Históricamente las becas se han basado en una llamada “discriminación positiva”, que significa la compensación a individuos cuyos antecedentes se reflejan en características y condiciones que truncan las oportunidades formales de una igualdad real
, primordialmente a estudiantes de bajos recursos. Pero hoy el reto del gobierno es aun mayor, nos toca atender a una mayoría poblacional que ha sido sistemáticamente excluida, sin oportunidades de estudio y empleo . En esta tarea, diría, vamos en caballo de hacienda, con la participación en el primer mes, de más de 40 mil empresas inscritas como tutores y más de un millón de becarios inscritos al programa de capacitación en el empleo.
Justamente por esta razón la política de becas del presidente camina en dos sentidos. Uno preventivo, el de las becas para estudiantes de nivel medio superior con las becas “Benito Juárez” y superior con las becas universitarias de “Jóvenes Escribiendo el Futuro”, a cargo de la Secretaría de Educación Pública. Y otro de atención, que camina hacia la capacitación en el empleo con “Jóvenes Construyendo el Futuro” a cargo de la Secretaría del Trabajo.
Sin miramientos podemos definir el valor de una beca como la correspondencia con el talento y el esfuerzo. Y ese reto lo asumimos en el sexenio. Hacer que los alumnos entren y permanezcan en la escuela, pero también que al concluir puedan tener un empleo.
El recuerdo de Andrés Manuel López Obrador en su discurso es una de las miles de historias de éxito que se esperan durante el sexenio.
Efectivamente, el presidente fue un becario, y por supuesto que un becario puede ser el próximo presidente de México.