Hernán Gómez Bruera

La toma de Los Pinos

04/12/2018 |06:29
Redacción El Universal
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“¡Eran ricos!”, gritaba sorprendida una niña que danzaba entre cortinajes, alfombras, muebles revestidos de piel, obras de arte, esculturas y lustre por doquier.
“¿Y seguirán siendo ricos?”, le preguntó la menor de edad a su madre.
“Sí, hija”, la tranquilizaba la señora. “Aunque ya no nos seguirán robando”.

 

Quizás el acto más importante del 1 de diciembre no se dio en el Palacio Legislativo de San Lázaro cuando López Obrador recibió la banda presidencial. Lo que allí vimos fue una sucesión presidencial más, apegada a los protocolos y a la normalidad democrática. Algo tan normal que hasta podría resultar aburrido.

Dialogo reproducido por la prensa el 2 de diciembre
 

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Más anómala fue la ceremonia que tuvo lugar en el Zócalo , donde vimos por primera vez a un presidente de rodillas que priorizó en su primer gran acto público a los pueblos indígenas –el sector más marginado de la población–, en un episodio imbuido de misticismo y religiosidad popular.

Pero quizás el acontecimiento emblemático de la jornada tuvo lugar a las diez de la mañana, cuando una larga fila de ciudadanos de a pie ingresaron ordenadamente a Los Pinos para entrar hasta el vestidor, el baño y la recámara donde un par de noches atrás todavía dormía Enrique Peña Nieto.

La toma de Los Pinos reviste una enorme importancia simbólica. Podría imaginar al nuevo presidente pensando cómo el Palacio de Versalles , símbolo del absolutismo, se convirtió en el Museo de la Historia de Francia en 1837. Cómo el Palacio de Invierno, en el que habitaron los zares rusos entre 1732 y 1917, es hoy el Museo del Hermitage . Cómo el Palacio de Niyavaran que se mandó a construir el Sha de Irán a la altura de sus lujos, después de la Revolución Islámica de 1979 abrió sus puertas al público como un espacio cultural y un recordatorio de la opulencia en que vivió.

Es sabido que la Residencia Oficial de Los Pinos se convirtió en 1934 en el espacio al que llegó a vivir el general Cárdenas en una modesta casa que le permitió dejar libre al público el Castillo de Chapultepec, con lo que este lugar representaba. El folleto que hoy recibe el visitante que llega a Los Pinos justifica así la apertura de Los Pinos: “Lo que Lázaro Cárdenas concibió como la austera residencia de un mandatario republicano, terminó por convertirse en un lugar tan ostentoso como lo había sido el Castillo de Chapultepec . De ahí la decisión del nuevo presidente por reintegrarla a la sociedad mexicana como un amplio espacio cultural”.

La apertura de Los Pinos, con su terreno catorce veces más grande que el de la Casa Blanca , apuntala con un hecho tangible la narrativa de cambio que busca construir la nueva administración. Se trata de contarnos una historia nueva, con su fuerte mensaje de austeridad para el conjunto de la clase política, con la intención de reducir la enorme distancia que existe entre gobernantes y gobernados, con el intento de hacer un gobierno alejado de la frivolidad del poder.

¿Se puede comparar la autoproclamada Cuarta Transformación a episodios revolucionarios como algunos de los arriba mencionados? Desde luego que no porque hoy estamos frente a un cambio pacífico y dentro del orden constitucional. En segundo lugar, porque aunque AMLO así lo quiera, la historia de hoy solo podrá escribirse mañana y una nueva era no se proclama por decreto ni con ejercicios retóricos.

Quizás lo que está detrás de la decisión que llevó a López Obrador a abrir la Residencia Oficial de Los Pinos es un ejemplo más de su megalomanía. Pero no es la megalomanía de quien necesita vivir como un faraón, la del político que necesita un gran avión, un enorme séquito y un gran aparato de seguridad para endiosarse y estar lejos de la gente. Es la megalomanía de un líder obsesionado con pasar a la historia.

A muchos esa obsesión les asusta. Sin embargo, y con todo lo delirante que pueda resultar tratar de escribir la historia en tiempo presente, la megalomanía obradorista también puede ser una gran virtud si impide que tengamos un sexenio intrascendente , vacío de contenido y lleno de políticos pusilánimes y mediocres que resultaron grises gerentes al servicio de ciertos grupos de interés.

Investigador del Instituto Mora

@HernanGomezB