La sonrisa de Anaya se desdibuja y se convierte en una mueca de agonía. Mientras tanto, Andrés Manuel ha sido capaz de transformar el miedo, la paranoia y la angustia en alegría. El tabasqueño ahora sonríe con una intensidad nunca antes vista. Votaré por él porque, a pesar de sus defectos, sus cualidades responden a varias necesidades del momento. Estas son algunas de ellas:

1. Es monotemático hasta la náusea en el combate a la corrupción. Ha mostrado ser honesto y vivir de forma austera, al menos mucho más que el resto de la clase política. Su estrategia para luchar contra la corrupción puede parecer simplista para algunos —seguramente habrá que afinarla y detallarla mucho más—, pero no hay duda sobre el énfasis en separar el poder económico del poder político, la narrativa central de su campaña.

2. Politiza las desigualdades. Hay quien acusa a AMLO de dividir a la sociedad entre ricos y pobres, fifís y fofós. Lo que en realidad divide a nuestra sociedad son las enormes desigualdades que padecemos. Lo que hace este candidato es colocar el tema sobre la mesa. Y no sólo habla del asunto —eso hoy lo hace cualquiera— también moviliza emociones y voluntades en torno a esta cuestión.

3. Representa una oportunidad histórica para una opción de centro-izquierda. Para algunos tal vez no enarbole la opción radical que quisieran, para otros no será su sueño de “izquierda moderna”, pero Morena es hoy la izquierda posible, la que puede ganar. No habiendo gobernado a nivel nacional, como en varios países de América Latina, ¿por qué no darle una oportunidad?

4. Es auténtico y habla un lenguaje sencillo. Su personalidad puede o no gustar, pero no hay duda sobre su autenticidad. Eso lo distingue de la clase política tradicional, acostumbrada a la mala actuación y a la falsedad, tan bien representada en la sonrisa de Anaya, como lo escribí en mi última entrega (https://goo.gl/jLZDTP). Su forma de hablar —su “pobreza de lenguaje”, como algunos dicen— es una cualidad en un país en el que la tecnocracia ha expropiado el lenguaje de la política para excluir de ella al pueblo llano.

5. No teme al conflicto. A diferencia del político promedio, típicamente pusilánime, AMLO entiende que la política también es conflicto (le debo esta reflexión a Javier Tello). Esa cualidad importa porque una política que se quiere transformadora requiere administrar ciertas dosis de conflicto y disenso democrático real. Lo otro es la paz de las catacumbas, la preferida por timoratos y conservadores.

6. Su origen social. AMLO no viene de la pobreza, pero, al haber nacido en una familia de clase media baja ubicada en un pequeño pueblo sin servicios básicos, está lejos de representar el perfil de la élite que ha gobernado este país, del mirreynato y la güeritocracia. Desde luego que el origen social no garantiza una agenda a favor de los sectores marginados, pero permite representarlos simbólicamente y reivindicarlos.

7. Es disruptivo y osado en sus planteamientos y estilo personal de ejercer la autoridad. Formará el primer gabinete paritario en la historia de México, uno que incluye además a varios jóvenes y perfiles distintos a la política convencional. Haber incorporado a Tatiana Clouthier, como su coordinadora de campaña, y a Olga Sánchez Cordero, en Gobernación, son uno de sus grandes aciertos. Sus perfiles complementan a López Obrador e incorporan temas, agendas y estilos que no necesariamente caracterizan al candidato.

8. Su megalomanía. Al punto quizás de la obsesión, AMLO quiere pasar a la historia, convertirse en un estadista. Esto que a algunos escandaliza tanto (quizás porque prefieren a un gerente que a un líder) es también un sentido de grandeza. Se trata de una cualidad porque lo vacuna frente a la mediocridad generalizada y lo distingue frente a la vulgaridad de muchos políticos. A AMLO le preocupa demasiado su lugar en la historia como para darse el lujo de ser un presidente intrascendente. Dudo sinceramente que lo sea.

Investigador del Instituto Mora.
@HernanGomezB

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