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Un sentimiento recorre el país desde hace dos décadas: se llama pejefobia. Presente entre sectores de la clase política, el empresariado, la comentocracia, la clase media y los usuarios de redes sociales, la pejebobia es un miedo irracional e infundado a ya sabemos quién.
No es suficiente que haya moderado su discurso o se haya aproximado a los empresarios y a las élites políticas. La fobia persiste y la crítica banal contra “el señor López” no se detiene: está más allá de argumentos razonables y racionales.
La pejefobia es un conjunto de exaltadas emociones que abrevan en prejuicios clasistas que no osan confesar su nombre. Surge de las tripas; viene de un lugar profundo y escondido. Ni siquiera algunos de los intelectuales más agudos estarían dispuestos a aceptar que en el fondo sufren este padecimiento.
Después de leer la larga lista de comentarios que mis lectores y lectoras hicieron al último artículo que escribí en estas páginas (goo.gl/HV6p8y) —con todo y los insultos personales y mensajes de odio de algunos— he llegado a la conclusión de que buena parte del antagonismo y desprecio que genera AMLO carece de explicaciones fundadas: obedece a prejuicios y a estigmas sociales.
La AMLOfobia es el rechazo a que un sujeto de origen humilde ocupe o pretenda ocupar un espacio de poder que se considera reservado a las élites. Es el temor a que un rústico pueblerino que nació en una localidad perdida en la Macuspana, cuya madre vendía abarrotes en una panga; alguien que se come las eses, no habla idiomas ni tiene posgrados en el extranjero pretenda ser presidente de la República.
La pejefobia está hecha de clasismo, elitismo y chilangocentrismo. En su manifestación más extrema, también es una forma de racismo: pura discriminación. Por ello resulta difícil discutir con los amlofóbicos. ¿Qué se puede contestar a un interlocutor —como un amigo empresario con el que hablé hace unos días— que después de un acalorado debate simplemente concluyó que no votará por AMLO porque es un “naco”? (“aunque tengas razón en lo que dices”, como señaló).
La pejefobia es mucho, mucho más, que el rechazo a un político o a una persona. Es el desprecio a lo que ésta representa. Es el miedo de los privilegiados (y los advenedizos que se identifican con ellos) a la “plebe” que pretende igualárseles. Es el temor a que “los jodidos” o “los rotos” irrumpan en la escena pública. Es el rechazo a empoderar —aunque sólo sea simbólicamente— a los desposeídos.
Algunos de nuestros más ilustres intelectuales —firmes defensores de la democracia, la pluralidad y la “lucha contra toda forma de discriminación”, según discursan— también padecen pejefobia. Dicen rechazar a AMLO por su presunto “mesianismo” y su “autoritarismo”, pero lo que en el fondo desprecian es su falta de refinamiento, su “falta de mundo” o que no hable como ellos creen que debe hablar un político.
A los pejefóbicos les inquieta el frijol con gorgojo de AMLO, su manera de hablarle al pueblo llano. Se sienten más cómodos con un Meade que les parece ser “gente como uno” o un Anaya que presume hablar inglés y francés.
A varios comentócratas pejefóbicos AMLO les parece un inculto. Tal vez pocos de ellos sepan que ha escrito 16 libros —más que cualquiera de los candidatos a la Presidencia y que la media de nuestros políticos—, incluidos un par de ensayos rigurosos sobre la historia de Tabasco como Catarino Erasmo o El Poder en el Trópico. Obviamente, no se han tomado la molestia de leerlos. Hace mucho decidieron que López Obrador era un “ignorante”.
La amlofobia y la pejefobia tomaron fuerza cuando AMLO hizo público su objetivo de convertirse en presidente. La campaña del “peligro para México” supo atizar esos sentimientos. Y aunque el mismo hombre que acuñó aquella frase hoy señala que López Obrador no representa ningún peligro, las fobias persisten, tal vez porque nos pone frente al espejo de nuestros prejuicios y de nuestras históricas y persistentes desigualdades.
Investigador del Instituto Mora.
@HernanGomezB