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Una de las contribuciones de la Cuarta Transformación probablemente sea la democratización de los espacios de poder a través de la inclusión de grupos que hasta ahora han tenido una participación marginal en la cosa pública.
Parte de esta democratización pasa en gran medida por ampliar las voces que se escuchan en los medios, especialmente cuando las predominantes hace tiempo que perdieron sensibilidad frente a la realidad que enfrentan millones de mexicanos, mientras sus análisis y opiniones empatizan únicamente con un sector sociodemográfico parecido a ellos.
Por eso es de celebrarse la presencia de analistas como Gibrán Ramírez , un politólogo de 30 años con una sólida formación en teoría política, quien además es un hábil polemista que ha retado como pocos a la generación que abanderó la transición democrática en México.
No he leído un solo texto de Gibrán que no invite a pensar más allá de fórmulas convencionales, a salir de viejas certezas y cuestionarnos paradigmas en crisis. No pretendo ser objetivo: creo que Gibrán es uno de los mejores articulistas de izquierdas de su generación.
Por eso lamento especialmente haber visto como a lo largo de estos meses ha sido objeto de ataques persistentes y descalificaciones que intentan humillarlo. Me avergüenza profundamente que ese ataque tenga más que ver con su apariencia física, su tono de piel y todo lo que en este país se asocia a ello, que con sus ideas y sus planteamientos.
Resulta inconcebible que haya gente que cuando lo ve detrás de un monitor solo es capaz de escrutar su imagen, en lugar de escuchar lo que está diciendo, y luego se refieran a él en redes sociales como “trepador”, “monigote”, “pinta de chofoclan”, “cantinflas”, “come-tortas”, “chairo”, “naco”, “indio”, “gato”, “ídolo olmeca”, etcétera.
Y si faltaba algún tipo de descalificación a esta colección, Denisse Dresser le ha sumado ahora una por su edad, como vimos en el más reciente debate que sostuvieron en La Hora de Opinar. Aquélla fue una muestra más de ese ninguneo sobrador que ha caracterizado su actitud hacia Gibrán, a quien no pareciera considerar un interlocutor a “su nivel”.
Ahora, sabemos que detrás del cómodo anonimato de las redes sociales se alojan insultos discriminatorios de gente imbécil –lo uso como un sustantivo, no como un insulto– que ya disparan contra un joven por su fenotipo o apariencia física, como en el caso de Gibrán , ya contra una persona por su condición de mujer, como ha ocurrido con la propia Denisse de una forma inaceptable.
Claro, las redes así son. No podemos silenciarlas, si acaso tratar de crear conciencia. Preocupa más cuando los ataques discriminatorios provienen de comunicadores que tienen una mayor responsabilidad pública con la palabra, aún cuando la discriminación que profesen no sea explícita o del todo consciente, como suele ocurrir tantas veces con el racismo en nuestro país.
Tal fue el caso de un analista que hace un par de semanas se burló de una fotografía en la que Gibrán aparece mostrando un rostro altivo , con estas palabras: “La pose pedera, la mirada retadora, el perfil del resentido social por excelencia…”
Pareciera que lo que una persona como Gibrán debe hacer es agachar la cabeza , no atreverse a retar a nadie, ubicarse en “su realidad”, y no tratar de “igualarse” a quienes han sido dueños y señores de la palabra. ¿Será que un sentimiento semejante llevó a Jorge Suárez Vélez a pedir en un arrebato la expulsión de Gibrán de La Hora de Opinar?
Pareciera que en un país en el que la mayor parte de los comentócratas son hombres blancos de más de cincuenta años ubicados en el decil más alto de la distribución del ingreso, Gibrán Ramírez Reyes no tuviese derecho a ejercer la voz.
Como si la inteligencia fuese patrimonio exclusivo de ciertos perfiles con una estética que responde a los patrones coloniales, de quienes ostentan ciertos apellidos o estudiaron en determinadas universidades, nunca de los jóvenes o los morenos con raíces indígenas. En realidad, Gibrán es la más clara demostración de que no es así.