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Durante el siglo XX Rusia fue escenario de dos acontecimientos de trascendental importancia en las relaciones internacionales. Ambos incidieron en la transformación del orden mundial: la Revolución de Octubre en 1917 y la disolución de la Unión Soviética en 1991.
Para muchos la revolución en Rusia era un hecho inevitable, pero como sabemos, el concepto de inevitabilidad adolece de un problema: solo se advierte retrospectivamente.
En marzo de 1917, en plena guerra mundial, el régimen zarista, que había gobernado a Rusia desde el siglo catorce, colapsó con una rapidez insospechada. Las causas de este colapso fueron muchas y pueden encontrarse a lo largo de la historia del imperio ruso, pero la más inmediata fue sin duda el descontento de la población con la manera como el régimen conducía la guerra, sin tomar en cuenta su sufrimiento.
En efecto, Rusia, como la mayoría de los países que contendieron en la primera guerra mundial, no estaba del todo preparada para enfrentar a Alemania y sus aliados. Esto quedo de manifiesto en el caso del ejército ruso, derrotado una y otra vez por los alemanes en las campañas de 1914 al 16, habiendo sido obligado a abandonar vastos y ricos territorios, incluyendo a Polonia, que en esa época pertenecía a Rusia.
La incapacidad del ejército para vencer al enemigo motivó que se propagaran rumores y teorías de conspiración en los más altos niveles. Así, se acusaba a la zarina de colaborar con el enemigo, en razón de su ascendencia alemana y de su influencia nociva sobre el zar para mantener un gobierno a la altura de los acontecimientos.
Los sectores más conservadores eran los más críticos del comportamiento del ejército y de la insistencia del zar en continuar con la guerra y mantenerse al frente de las tropas, sin tener para ello la preparación militar requerida. Para entonces las muertes en el frente habían alcanzado la cifra abrumadora de dos millones trescientos mil soldados. Cifra mucho mayor a la de las bajas registradas en el campo enemigo.
La pérdida de territorios y materiales sumían a la población en un estado de depresión intolerable que resentía los efectos de la inflación y la escasez de alimentos y combustibles.
Pero la chispa que detonó la conflagración fue el motín de los campesinos reclutados en la guarnición militar de Petrogrado, pues reflejaba el descontento general de las tropas con el gobierno. Este acontecimiento tuvo como consecuencia el rompimiento del orden público y un estado de caos que fue alimentado por los políticos liberales y radicales ansiosos de tomar el poder.
La abdicación del Zar produjo el desmantelamiento de la maquinaria burocrática y, en consecuencia, el vacío de poder que indujo a los intelectuales ambiciosos y sin experiencia, a tomar las riendas de la administración. Los liberales, a quienes se unirían más tarde los socialistas moderados, se integraron al gobierno provisional de Alexander Kerensky.
Por su parte, los sectores radicales se asociaron con los soviets, consejos compuestos por diputados campesinos y soldados, dirigidos por intelectuales de los partidos socialistas. Ante este orden de cosas, los campesinos se apoderaron de las tierras, los obreros de las fábricas y las minorías étnicas aprovecharon la ocasión para reclamar el derecho a su autodeterminación. Cabe recordar que Rusia era el imperio multinacional más grande del mundo y que continuó siéndolo durante la era soviética.
Esta dicotomía complicó más las cosas y para el verano de 1917, Rusia vivía una etapa de ingobernabilidad provocada por los conflictos sociales y étnicos.
Ante esta situación, el gobierno de Kerensky buscó solución a los conflictos que se suscitaban, sin lograrlo, por no contar con la fuerza política necesaria. En consecuencia y ante el debilitamiento del Gobierno Provisional, el ejército se volvió en su contra, facilitando así el golpe de estado de los bolcheviques, orquestado por los alemanes, que enviaron a Lenin con el propósito de desestabilizar el régimen y liberar el frente oriental.
El Partido Bolchevique estaba organizado como un grupo conspiratorio con el propósito específico de tomar el poder e iniciar una revolución desde la cumbre, primero en Rusia y más tarde en el resto del mundo. Fue así que, en octubre de 1917, los bolcheviques derrocaron al gobierno provisional e instauraron el nuevo régimen.
Una de las primeras iniciativas del gobierno de Lenin fue pactar una paz separada con Alemania. La importancia que concedía el nuevo régimen a la paz, se refleja en el Tratado de Brest–Litovsk, firmado el 3 de marzo de 1918 entre el Imperio Alemán, Bulgaria, el Imperio Otomano, el Imperio Austro-Húngaro y la Rusia soviética. En dicho tratado Rusia renunciaba a sus posesiones: Finlandia, Polonia, Estonia, Livonia, Curlandia, Lituania, Ucrania y Besarabia, que a partir de entonces quedaron bajo el dominio y explotación económica de los Imperios Centrales. Rusia entregó asimismo al Imperio Otomano las provincias de Ardahan, Kars y Batumi.
El Comisario de Relaciones Exteriores nombrado por Lenin, para el efecto, era nada menos que Leon Trotsky, ideólogo de la revolución y fundador del Ejército Rojo, quien sería perseguido más tarde por Stalin, su encarnizado enemigo, hasta su asesinato en México en 1940.
La pérdida de esos territorios fue un duro golpe para Rusia, sin embargo, el tratado fue anulado tras la derrota de Alemania y todas las pérdidas territoriales fueron recuperadas por la Rusia soviética. Para 1940 solamente Finlandia y Turquía, sucesora del imperio otomano, conservaron los territorios recibidos en Brest-Litovsk.
Entre las muchas opiniones que se han avanzado sobre las diferencias y semejanzas que existen entre México y Rusia, se ha señalado un cierto paralelismo entre la Revolución Mexicana y la Revolución Bolchevique.
Ciertamente ambas surgieron de un golpe de estado contra los gobiernos que preconizaban la instauración de la democracia en sus respectivos países. En Rusia, contra el gobierno provisional surgido en febrero de 1917 y en México contra el gobierno legítimo del presidente Madero. De igual manera reconocemos que ambos movimientos conmocionaron y transformaron las sociedades de ambos países.
Pero, si bien la revolución mexicana podría considerarse como un conflicto político que concernía únicamente a México, la Revolución Bolchevique fue un conflicto sistémico que transformó el orden internacional por haber suscitado la confrontación ideológica más importante del siglo XX, que habría de terminar con la disolución de la URSS en 1991.
Se ha dicho que la Revolución Mexicana, al igual que la Bolchevique, tuvo un contenido ideológico eminentemente social, lo cual es en parte innegable. Sin embargo, mientras que en México la Revolución se produjo como resultado de la necesidad de efectuar un cambio estructural de carácter político y social, en beneficio de la nación mexicana, la Revolución Bolchevique nace como un movimiento con proyección internacional para el supuesto beneficio del proletariado mundial, inspirado en una ideología utópica que preconizaba la total transformación de las estructuras económicas y sociales a nivel global.
Cabe señalar, asimismo, que mientras que la Revolución Mexicana constituyó una etapa más del proyecto histórico nacional iniciado con la guerra de independencia, la Revolución Bolchevique se propuso liquidar, en su totalidad, las estructuras políticas, económicas y sociales de la Rusia imperial.
Esto tuvo como consecuencia, no solamente la interrupción de un proceso histórico secular, sino la total alienación de los valores éticos, culturales, morales y religiosos de la nación rusa. La Revolución Bolchevique podría considerarse como un proyecto antinacional que culminó con la liquidación de una autocracia sustituida por un régimen que no dudaba en asesinar a sus opositores.
La Revolución Mexicana, por su parte, destaca como un movimiento que en sus inicios enarbolaba principios de carácter eminentemente nacionalista que con el tiempo traicionó sus ideales democráticos.
Es importante destacar que los revolucionarios en Rusia esgrimieron, frente al poder imperial, las reivindicaciones de clase para destruir el Estado, mientras que ante las naciones subyugadas por la Rusia zarista, evocaron reivindicaciones imperialistas. Así, podría afirmarse que dentro de la propia Rusia la Revolución se hizo en nombre de las clases, mientras que, en la periferia, se libró aludiendo a la identidad étnica con el propósito de someter, tanto a los rusos como a las demás nacionalidades del antiguo orden, al nuevo proyecto que transformaría al Imperio Ruso en el imperio soviético.
A diferencia de la Revolución Mexicana que tuvo como primera meta erradicar la dictadura y establecer un sistema democrático y constitucional, en Rusia la Revolución instauró inmediatamente una dictadura totalitaria que sustituyó a la autocracia. La dictadura del Proletariado pronto fue reemplazada por la dictadura del Partido y más tarde, como lo vaticinara el mismo Lenin, por la dictadura del secretario general.
En México, después de una cruenta guerra civil que costó casi un millón de víctimas, la Revolución instauró un partido hegemónico que retuvo el poder durante varias décadas.
Las noticias de la Revolución Bolchevique despertaron en México un vivo interés porque la noción del derrocamiento del sistema autocrático de Rusia alentaba las aspiraciones sociales de un país en efervescencia, debido a la fragmentación política, la guerra civil y las dificultades con los Estados Unidos. Sin embargo, el conocimiento que se tenía del movimiento bolchevique a través de los medios de comunicación y de la propaganda, no reflejaba aun la realidad.
En este sentido, la figura de Zapata estaba rodeada de una aureola de heroísmo que trascendía las fronteras, y como su causa tenía un claro contenido social, en el extranjero se le consideraba como el campeón revolucionario que emanciparía al pueblo mexicano del yugo feudal. Las noticias sobre sus intenciones de establecer un tipo de comunismo agrario en algunas de las regiones ocupadas por sus seguidores, despertaron un nuevo interés en los círculos de intelectuales liberales y anarquistas. Por ello, cuando los bolcheviques tomaron el poder en Rusia, todos los socialistas de izquierda redoblaron sus expectativas y pronto se convirtieron al comunismo.
Esta situación no podía pasar inadvertida para la Internacional Comunista que recibía información sobre la izquierda en México a través de todos sus afiliados, particularmente de los comunistas norteamericanos radicados en México, para hacer labor de proselitismo e impulsar la fundación de un partido comunista mexicano.
En este contexto se desarrollaron los primeros contactos entre México y la Rusia soviética, que tuvieron como consecuencia la fundación del primer partido político de este tipo fuera de Rusia, en 1919 y, finalmente, el establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países en 1924. México fue el primer país del continente americano en reconocer al Estado Soviético y a partir de esa fecha se reanudaron y fortalecieron sus intercambios, sobre todo en el ámbito cultural.
Debemos reconocer que esta relación tuvo sus contratiempos y que en un momento sobrevino la ruptura por causa de la injerencia soviética en los asuntos internos de México, pero cuando nuestro país declaró el estado de guerra contra el Eje en la Segunda Guerra Mundial se reestablecieron las relaciones diplomáticas.
Embajador y ex Jefe de Cancillería en la URSS