El mundo cambia de manera vertiginosa. Hay nuevas potencias económicas, entre las cinco economías más grandes del mundo en 2050, figurarán tres nuevos países: India, Indonesia y Brasil, que desplazarán a Japón, Alemania y Reino Unido, según un estudio de PwC. China e India ocuparían los dos primeros lugares, Estados Unidos el tercero y México el séptimo. El volumen y redes de producción del comercio internacional actual no tiene paralelo histórico y el comercio exterior representa ya 65% de nuestro PIB. Los patrones de consumo de las personas, independientemente de su ingreso, evidencian la globalización, pero ésta va más allá y toca todas las esferas de la vida. Los jóvenes de Mumbai, Melbourne, Milán y Monterrey escuchan la misma música, ven las mismas series, usan las mismas redes y visten ropa similar. La globalización incide en el intercambio de ideas y percepciones, crea tendencias, transforma empleos y actividades. En contraste, surgen grupos antiglobalización y movimientos nacionalistas que podrían alterar algunas de las manifestaciones de la tendencia globalizadora aunque no sean capaces de revertirla. Por otra parte, las instituciones creadas para facilitar la gobernanza internacional después de la segunda guerra mundial, como son la ONU y sus agencias y las instituciones financieras como el Banco Mundial, enfrentan tensiones internas y de financiamiento, mientras instituciones recién creadas como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, liderado por China, se convierten en alternativa. Otros actores, sin ser países, inciden cada vez más en los asuntos globales: empresas, ONGs y hasta grupos políticos armados.
Enfrentamos retos globales complejos que requieren colaboración internacional. Destaca el cambio climático por sus implicaciones económicas y sociales e incluso por su posible impacto sobre el balance de poder entre las naciones, derivado del efecto que tanga sobre los recursos y capacidad productiva de los países. La ola de migración internacional por motivos políticos, económicos y las condiciones de pobreza en que aún viven cientos de millones de personas son otro ejemplo. Hay también crisis nacionales o regionales con alto costo humano, como en Venezuela o en Medio Oriente y Corea del Norte, que más allá del del impacto humanitario, pueden convertirse en conflictos globales.
México no puede ser ajeno a este panorama. Sin embargo, los candidatos han dicho muy poco sobre su visión del mundo y el lugar que debería ocupar México, o cuando menos, sobre sus propuestas de política exterior. A pesar de titularse “México en el Mundo”, el último debate presidencial destacó por la ausencia de visión y propuestas más allá de la relación con Estados Unidos, dejando los candidatos mucho que desear en sus intervenciones. López Obrador incluso declaró que la mejor política exterior es la política interior, como si la capacidad de nuestro país para incidir en los temas globales, y así contribuir a nuestro propio desarrollo y seguridad, requiriera únicamente poner nuestra casa en orden.
Debemos reflexionar seriamente sobre los retos mencionados y la pertinencia de algunos de los principios tradicionales de política exterior, definidos hace tiempo para un México muy distinto y frente a un mundo que cambiaba lentamente. Analicemos nuestro papel y estrategia en foros multilaterales y revisemos nuestras relaciones bilaterales, pensemos en la formación y actividad de nuestros representantes diplomáticos. México debe y puede tener una huella diplomática más profunda y estratégica, que defienda los intereses nacionales pero sin perder de vista el futuro que queremos para México y el mundo.