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Desaparecer el programa Estancias Infantiles sería lamentable e inexplicable. Lamentable, porque resuelve un problema que afecta a millones de personas. Inexplicable, porque demostró ser una herramienta útil para lograr que muchos ninis dejen de serlo, una de las prioridades de este gobierno. Muchas madres que ahora trabajan o estudian dejarán de hacerlo si pierden el servicio de guardería y muchas madres ninis no podrán beneficiarse del programa Jóvenes Construyendo el Futuro anunciado por el Presidente, si carecen de dicho servicio.
Estancias Infantiles nació al inicia del gobierno de Felipe Calderón para atender la enorme carencia de opciones de cuidado infantil, lo que impedía a muchas mujeres trabajar o estudiar o las obligaba a dejar a sus hijos pequeños sin cuidado adecuado y expuestos a riesgos. Son escasos los servicios de cuidado infantil disponibles fuera del programa. Las guarderías del IMSS e ISSSTE son sólo para sus afiliados y aún para ellos, insuficientes. El DIF y otras instituciones públicas ofrecen servicios de cuidado infantil pero tampoco alcanzan a cubrir la demanda o se ubican lejos de donde sus servicios son requeridos.
Tuve el privilegio de participar en el diseño e implementación de Estancias Infantiles. Su lógica es sencilla: lograr que personas con cierta experiencia ofrecieran servicios de guardería en su casa u otro sitio que cumpliera con condiciones adecuadas, cobrando por ello. Para asegurar que las personas en pobreza pudieran acceder al servicio, la estancia recibiría un subsidio por cada hijo que inscribiera una beneficiaria del programa. Un elemento clave es que el subsidio acompaña al niño. Los padres decidían en qué estancia metían a su hijo según la confianza que les generaba, su ubicación y otros factores. Si decidieran cambiar a su hijo, el subsidio pasaría a la nueva estancia que eligieran. Esto es fundamental para fomentar la calidad, ya que aquellas estancias con servicio deficiente perderían “alumnos”. Adicionalmente, la Sedesol y el DIF capacitaban a las responsables y a sus ayudantes e inspeccionaban la idoneidad de la infraestructura de la estancia, pudiéndose requerir adecuaciones que garantizaran la seguridad y bienestar de los niños. También se establecieron normas sobre el servicio prestado, la alimentación ofrecida, el cupo máximo y el número de cuidadores requeridos, entre otros.
El programa tuvo una respuesta entusiasta y gran éxito. Desde el inicio, miles de personas solicitaron abrir una estancia o pidieron inscribir a sus hijos en alguna. Sin ser un requisito, muchas de las responsables habían sido maestras o trabajaron previamente con niños. También contribuyó a modificar la visión de que la mujer debe quedarse en casa cuidando a los hijos, ofreciendo más oportunidades e inclusión. Hacia el final del sexenio del presidente Calderón, operaban ya más de 9,500 estancias ubicadas en cerca de la mitad de los municipios del país y atendiendo a más de 300 mil niños. El presidente Peña continuó el programa, pero se incrementó poco el número de estancias.
El programa tiene impacto positivo y ha sido bien evaluado. Promueve la participación laboral de las mujeres de escasos recursos con hijos pequeños y eleva su productividad. Permite también a muchas mujeres seguir estudiando. En suma, fomenta la inclusión y la equidad. Adicionalmente, genera miles de empleos y posibilidades de ingreso para las familias en el cuidado infantil. No hay evidencia contundente que haya sido objeto de uso político ni se entregan los beneficios de manera clientelar. Seguramente tiene aspectos a mejorar, pero eliminarlo sin ofrecer una alternativa viable en el corto plazo, es un despropósito y parece ir en contra de los objetivos planteados por el propio Presidente.
Decano de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno para la Región Ciudad de México, Tecnológico de Monterrey. @GustavoMerinoJ