El domingo pensé en el entrenador Osorio y en todo lo que le han dicho en los últimos tres años: los comentaristas pedían su renuncia a gritos, los aficionados lo tildaban de inepto; nadie apoyaba su gestión, pero él sabía lo que estaba haciendo y, a pesar de todas esas voces, fue sereno en mantener su estrategia y dio un triunfo que muy pocos esperaban: nos hizo sentir grandes, con fe renovada e incluso vislumbrar muchos triunfos más.

Un presidente de la República, pensé, es como un entrenador: muchos analistas y ciudadanos repiten, casi a gritos, los males e inventan con facilidad soluciones a problemas ancestrales; explican qué deben hacer cuando evidentemente no saben o tienen intereses ocultos para disentir.

Para un equipo lo único que importa es el resultado; el triunfo nos habla de una gran estrategia, lo demás no cuenta. En el caso de un gobierno, los resultados cuentan. Un país con: 2.1 millones de personas menos en pobreza extrema; donde se han generado más de 4 millones de empleos y que recibirá más de 200 mmdd en inversión extranjera está, sin duda, mejor que hace 6 años. Y también mejor en comparación con Latinoamérica: el PIB de la región creció, en promedio de los últimos 6 años, 1.1% (México lo hizo en 2.5%) y 30% de la población vive en pobreza extrema (7.6% en México). Un presidente con buenos resultados, con buenos números es lo único importante; lo demás es demagogia. Con estos resultados, sabemos que Osorio lo hizo bien y, sin duda, ¡el presidente de México también! Con esta “base”, para participar en una elección, veremos si los ciudadanos se irán con la crítica y el berrinche o verán los números con serenidad para decidir su voto con sustento.

Pero analicemos las encuestas para saber qué dicen los números y lo que no nos muestran: entre los indecisos y los que rechazaron contestar, según la mayoría de las encuestas, son más de 50%, lo que nos dice que los ciudadanos no confían en las encuestas o prefieren no revelar su afinidad por un candidato, esto es el voto oculto; es previsible que decidan en la casilla. Por último, la forma cómo son levantadas las encuestas importa: si es telefónica, en persona o por alguna red social; la hora y la zona; cada forma tiene un sesgo diferente a considerar. Las encuestas muestran una parte de la fotografía, pero no son definitivas.

Hoy, López Obrador mantiene su captación de voto en 30-32%. Meade, que comenzó con algunos problemas, se posiciona en segundo lugar; seguramente la mayoría de los indecisos se decantarán por él. Anaya, por su parte, sigue tambaleándose y con claras tendencias de debilidad; ya no es opción de voto útil, no tiene posibilidades de ganar y habrá que ver qué tanto perderán él y el PAN.

Los únicos con posibilidades claras de victoria son López Obrador y Meade, pero no olvidemos que, en elecciones cerradas, las estructuras de los partidos importan y es ahí donde el PRI tiene una ventaja: al día de hoy, el PRI tiene representantes en 98% de las casillas; Morena en 91% y el PAN en 60%. La conclusión es clara: las estructuras de los partidos importan porque si no pueden tener, ni siquiera, representantes en el resto de las casillas, mucho menos lograrán tener votos. La estructura del PRI es la fortaleza de Meade.

Lo cierto es que, quien sea que gane, seguramente ningún partido tendrá mayoría en el Congreso federal (es lo mejor para el país) y, pasada la elección, tendrán que trabajar para 2021 y 2024. El nuevo gobierno deberá ser uno que rescate lo mejor de este, mejore lo que se necesite y consolide lo logrado durante las últimas décadas; no tiremos todo nuestro esfuerzo a la basura.

No nos dejemos engañar y creer que la elección está definida porque así lo dicen algunas encuestas: la realidad la veremos el día de la elección. Confiemos en que las instituciones estarán a la altura de lo que decidamos entre todos. Aunque algunos medios quieren dar las cosas resueltas, nada lo está. Todavía no hay ganadores, solo candidatos.

Coordinador general de Puertos y Marina Mercante

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