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El domingo vimos el primero de tres debates entre los candidatos presidenciales. Aunque ya hemos tenido este tipo de ejercicios de deliberación política en otras elecciones, este no puede ser dejado de lado porque fue más libre, competido y proactivo.
En este pudimos ver a los candidatos con menos maquillaje, sin publicistas que los manipulen y con moderadores que les cuestionan sobre sus propuestas o sobre las investigaciones pendientes. Sin duda, vimos una relación candidato-ciudadano más directa.
Parece que fuera importante analizar quién ganó, pero debemos tener claro cómo podemos medir la victoria. A mi parecer, el debate se gana o se pierde cuando algún candidato modifica su aceptación, rechazo o mueven significativamente sus preferencias, que no fue el caso; o, también, si deja en claro que sus propuestas son viables y sustentadas, que tenga una idea de hacia dónde y cómo quieren llevar al país.
El domingo vimos a un López Obrador confiado en su ventaja y hablándole al sector de la población que lo ha escuchado siempre: no salió a ganar, salió a no perder; un candidato que flotó y fue suficiente. Seguramente las próximas encuestas mostrarán que su intención de voto sigue siendo la misma o con pérdidas marginales; para él, eso era ganar.
Por su parte, Meade articuló sus propuestas, dejando en claro la forma en cómo piensa llevarlas a cabo, aunque, tal vez por lo novedoso del formato, no supo controlar los tiempos para hacer que sus ataques y cuestionamientos fueran mejor coordinados. Para él era necesario no sólo convencer, sino noquear y, sin duda, mencionó información que puede ser demoledora pero que, por decirla al final, perdió contundencia.
Anaya, aunque intentó criticar a AMLO, al no contestar lo que le preguntaban porque no le gustaba le quitó fuerza a sus ataques y quedó claro que no ha podido quitarse de encima las acusaciones sobre lavado de dinero, además de propuestas fuera de la realidad como la renta básica. Hizo buen uso del histrionismo que lo caracteriza, pero no pudo pasar de dar una imagen de joven burlón a presidente creíble.
El Bronco fue fiel a su estilo personal; no insultó y sus chistes, como los memes sobre las manos amputadas, fueron inmediatos y serán recordados por varios años.
Por el contrario, Margarita se vio sobreactuada y titubeante al decir sus propuestas: más que ganar la elección presidencial, parece que sólo busca la manera de, al perder Anaya, quedarse con el PAN.
Estamos a buen momento de hacer un ejercicio de prospectiva de los gobiernos de cada uno, considerando que el que sea electo tendrá más controles institucionales que limiten su actuar. De esta manera, el Congreso limitaría a AMLO para echar atrás todo lo que se ha avanzado. Anaya sería un presidente centrado en su persona y en su ego, pero incapaz de aclarar cualquier cuestionamiento que se le haga, y Meade tendría que negociar con el Congreso para cambiar aquello que es necesario, mantener lo consolidado y, al mismo tiempo, usar su experiencia de gobierno para transformar las deficiencias del sistema.
Por cierto, de acuerdo con el INE e Ibope, este debate fue visto por televisión por 11.45 millones de ciudadanos. Sumados a aquellos que lo escucharon o vieron en otras plataformas, fue uno de los eventos nacionales que más audiencia ha tenido, lo que demuestra que los debates importan y que nuestra democracia se está consolidando.
Como ciudadanos tenemos la obligación de debatir el país que queremos, qué es lo que necesitamos cambiar y que tiene que mantenerse para asegurar la estabilidad. Un dato curioso, pero importante: el próximo presidente de la República tendrá la obligación de postular a 4 ministros de la Suprema Corte; eso le dará mucha fortaleza a sus decisiones.
Seamos conscientes: esta elección cambiará el futuro del país, por eso no puede ser una decisión de hígado, es más, ni siquiera de corazón; debe ser una decisión del cerebro, de la mente, ¡de la razón!
Coordinador general de Puertos
y Marina Mercante