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La elección del domingo pasado dejó resultados de los que tenemos que hablar. Para empezar, el resultado implica, más que un cambio de partido o de personas en el gobierno, un cambio de régimen y donde la democracia representativa se modificó de fondo: los partidos políticos perdieron sustancia y los liderazgos, o el liderazgo personal, tomó una fuerza que hacía mucho no veíamos.
Indudablemente, durante los próximos meses, todos los partidos políticos tendrán que replantearse y entender en qué le fallaron a sus militantes y simpatizantes. Habrá que plantear si los candidatos eran quienes debían ser; no únicamente los presidenciales, sino todos los contendientes para los cargos públicos y, si no lo eran, entender por qué y cómo se eligieron. En suma, los siguientes meses serán para responder las interrogantes de esta contienda democrática.
Por otra parte, el sistema de partidos que se está reacomodando hace necesario plantear el futuro de las coaliciones partidarias, que no representan a nada ni a nadie, y si tienen que desaparecer para dar paso a plataformas ideológicas y de operación que atraigan voluntariamente a la gente con nuevas propuestas y formas de resolver los problemas nacionales.
Por ejemplo, de acuerdo con el INE, más de 14.5 millones de jóvenes votaron por primera vez para Presidente de la República, pero no votaron por alguien joven; sino a una persona de 64 años de edad. Los estratos medios votaron por quien enarbolaba políticas públicas, si no populistas, sí populares. Y, algunos empresarios preocupados, tal vez, por salvaguardar sus privilegios hablaron en contra de alguien, pero no en favor de un proyecto de país; fuimos testigos de que la estrategia económica de varios sexenios no representó nada.
Por el contrario, la gente buscó empatía e identificación y, a pesar de lo que muchos argumentaban de que el miedo haría cambiar de parecer a los ciudadanos y votarían por la estabilidad, creo que los ciudadanos se dijeron a sí mismos: ¿miedo? Solo a tener miedo. Creo que los electores buscaron una opción con la que se sintieron identificados, más allá del miedo. Es así como el liderazgo acabó imponiéndose en 31 estados y donde no importó que estuviera la ultraderecha del PES, la izquierda del PT y Morena que conjunta a todos sin importar ideologías; algo así como alguna vez lo fue el PRI, en el que todos se sumaban a un proyecto.
Es innegable que el presidente Peña Nieto fue grande en la derrota del partido y, actuando como un jefe de Estado, en reunión de gabinete y en el mensaje a la nación, dio la instrucción de hacer una transición tersa y que nadie puede desearle mal al nuevo gobierno porque lo sufriríamos. Así lo reconoció el candidato vencedor al decir que el Presidente actuó con total imparcialidad durante todo el proceso electoral. También, debemos de reconocer que hubo grandeza en los candidatos perdedores.
¿Qué nos depara? Los partidos tienen que trabajar con sus militantes y simpatizantes; no hacer una noche de cuchillos largos con sus partidarios. El PRI, como condición indispensable y solo en unión, se recuperará. El PAN, si logra hacer de lado a aquellos con ambiciones personales y desmedidas, podrá regresar al partido opositor que era en sus raíces fundacionales. Morena tendrá que institucionalizarse como un partido político.
Algunos pequeños partidos políticos, a pesar de tener diputados federales, perderán el registro ante el INE y, una vez que eso pase, habrá que preguntarse qué pasará con esos representantes: ¿serán independientes o se unirán a algún partido?
Creo que estamos en un momento de definiciones. Los que participamos en la vida política del país tenemos que estar serenos; ser ambiciosos solo por el bien de México; copartícipes con nuestros partidos políticos y, lo más importante, solidarios con un nuevo régimen que fue escogido por la mayoría de los mexicanos. Recordemos que en política nada es para siempre.
Coordinador general de Puertos y Marina Mercante