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Mañana el Presidente entregará su último Informe de Gobierno; seguramente con un recuento general de lo hecho, iniciando el cierre de la administración. En estos seis años participamos en los éxitos, aunque también en algunos fallos o metas no logradas, pero sin duda hoy tenemos un país con más crecimiento e infraestructura, más moderno y con oportunidades de desarrollo para todos los mexicanos.
Reflexiono esto, pues hace unos días platiqué con amigos acerca de las memorias de José López Portillo: Mis Tiempos; especialmente el apartado: el principio del fin. Recuerdo, y entiendo con más claridad, sus palabras sobre la nostalgia de terminar una etapa y sé que en los días venideros recordaremos con satisfacción el deber cumplido y, en algunos casos, con frustración de no haber logrado todo, pero siempre de haber puesto el mejor esfuerzo en el trabajo. El 1° de diciembre, los que ahora son el centro serán la referencia; este gobierno será el anterior y habrá un nuevo sol, así como ha sido con los que han precedido.
Hace seis años era imposible pensar en un cambio estructural del país; un salto que nos adentrara al siglo XXI. Era necesario un consenso; el fruto fue el Pacto por México: un proyecto de país que sopesó convergencias y divergencias para dar paso a las reformas estructurales y lograr un país más democrático, con infraestructura de vanguardia y crecimiento económico sostenido.
Las reformas, como lo dice el Presidente, son un instrumento para que el país crezca y genere oportunidades; al ser instrumentos, son perfectibles, pero no dudemos de sus beneficios: 2% de crecimiento anual promedio del PIB, de los más altos de Latinoamérica; tenemos inversión extranjera inédita: casi 200 mil mdd y reservas por casi 174 mil mdd; crecimiento e inversión que se traducen en 3.7 millones de empleos formales, más que las dos administraciones pasadas juntas.
El presidente Peña hizo cambios estructurales, pero lo que deja con valor de largo plazo es su respeto absoluto a la decisión de los mexicanos: nunca intervino en la elección a pesar de que algunos, que hoy hacen reverencia al nuevo gobierno, le pidieron que imposibilitara su llegada. Hoy México está en paz y sin sobresaltos económicos: pronto se firmará el TLCAN y tenemos una paridad peso-dólar estable que da certidumbre a la inversión. Todo esto demuestra que el Presidente ha mantenido la mano firme en el timón para legar un país en calma política, social, económica y con gobernabilidad. Esto que se dice fácil, los gobiernos anteriores no lo pudieron cumplir.
Este cambio servirá para tomar aire; replantearnos lo que hemos hecho, al mismo tiempo que es una nueva esperanza: algo que los pueblos necesitan. El nuevo gobierno le dará, a una mayoría, la posibilidad de pensar y de creer que sus opciones van a ser mejores; y esa es una de las grandes virtudes de la democracia: mantener la esperanza para pensar desde nuevas perspectivas e idear soluciones a problemas de antaño. Un cambio de gobierno es un ladrillo en la construcción de la democracia.
Durante casi seis años se han construido los pilares institucionales para tener un país abierto a los cambios, pero que sabe conservar lo logrado. En tres meses comenzará el nuevo gobierno, pero eso no debe significar deshacer lo hecho; sino ver lo construido y entender que el punto de partida es uno mejor del que teníamos hace seis años, porque solo desde ahí vislumbraremos lo que hace falta por hacer.
Por último, el PRI tiene hoy una nueva responsabilidad: reinventar sus métodos y abrirse más; apostar por la suma de contrarios como siempre lo había hecho; ya no hacer concesiones de principios a otros partidos por votos que son muy caros. El PRI y los priistas deben retomar los valores y la ética como principios de operación política y no la coyuntura para sobrevivir momentáneamente. Pensemos más en el espíritu de las leyes que en la praxis política; más en Montesquieu que en Maquiavelo.
Coordinador general de Puertos y Marina Mercante.
guillermo.ruizdeteresa@yahoo.com