¿Cómo será esta elección? ¿Como la del 2006 (es decir, muy cerrada, polarizada, con alguien viniendo de abajo y capturando el voto anti-AMLO y, quizás, incluso derrotándolo) o como la del 2012 (es decir, con un candidato puntero de principio a fin y que terminó ganando con una ventaja relativamente cómoda)?
Hoy muchos sectores antilopezobradoristas fantasean con el primer escenario. Están ansiosos de saber qué candidato se ubica como el segundo lugar (si Meade o Anaya), y consideran que, una vez resuelta esta fase, el voto anti-AMLO podría reagruparse en torno a dicho candidato. Según sus cálculos, las preferencias electorales hoy en día son similares a las de febrero de 2006 (con una ventaja para AMLO de entre 8 y 10 puntos porcentuales), por lo que una reedición de lo ocurrido ese año no es, según su análisis, improbable.
Estos grupos aspiran, una vez más, a que AMLO cometa errores como los cometidos en el primer semestre de 2006, cuando no asistió a uno de los debates entre candidatos y cuando hizo una serie de declaraciones desafortunadas que luego fueron magnificadas y aprovechadas por sus adversarios. Estos sectores también aspiran a que una parte importante del sector privado (especialmente los grandes empresarios) pueda realinearse en torno al candidato que aparente ser más competitivo frente a López Obrador. Según reveló recientemente el periodista Raymundo Rivapalacio, esto último incluso ya se habría planteado abiertamente a raíz de una encuesta encargada por el Consejo Mexicano de Negocios en la que Anaya habría aparecido como el candidato más competitivo para enfrentar a López Obrador.
Sin embargo, es poco probable que el escenario de 2006 pueda repetirse por una serie de factores: 1) López Obrador parece haber aprendido de sus errores. En general, se ha vuelto cada vez más cuidadoso en sus mensajes y en sus relaciones con el sector privado. 2) De hecho, algunos segmentos del sector privado han revelado que ya no desconfían de él como lo hacían en 2006. En esto sin duda ha ayudado la presencia de Alfonso Romo y de otros empresarios en su entorno cercano. 3) La población parece ser menos receptiva a las campañas de desinformación y de ataque en contra de Andrés Manuel. El mejor ejemplo de ello fue el intento reciente de vincular a AMLO y a Morena con los rusos, lo que terminó revirtiéndoseles por completo a los propagadores de dicha versión. 4) La versión de que AMLO sería como Hugo Chávez o Maduro cada vez luce más desacreditada e inverosímil. Las condiciones institucionales del país y una serie de compromisos públicos adoptados por el candidato hacen que esta versión resulte cada vez menos creíble. 5) A diferencia de 2006, no hay un claro y evidente adversario de AMLO. En 2006, Madrazo era claramente inaceptable para la mayoría de la elite intelectual y económica. Ahora, sin embargo, esta misma élite se encuentra fragmentada entre los que tienen un fuerte sentimiento anti-PRI y que están dispuestos a apoyar a Anaya, y aquellos que le apuestan a la continuidad de la política económica y que siguen dispuestos a apoyar a Meade. 6) Incluso si Anaya llegara a despegarse de Meade en las encuestas, no es del todo obvio que habría voto útil anti-AMLO, ya que tampoco es del todo claro que los votantes u operadores del PRI prefieran en este momento a Anaya por encima de López Obrador.
Así, no es del todo improbable que el desenlace de 2018 termine pareciéndose más al del 2012 que al del 2006. Ante esta posibilidad, resulta interesante preguntarse qué deberían hacer los distintos actores políticos, en particular los no partidistas. ¿Le conviene a alguien volver a polarizar al país como en 2006 y llegar a un proceso de transición democrática en medio de un conflicto político-social? ¿O más bien debería empezar a normalizarse la posibilidad real de que gane AMLO? En ese sentido, quizá debamos hacer lo que sugirió muy atinadamente el senador Gil Zuarth en un artículo reciente: empecemos a pensar en la agenda futura y en los compromisos necesarios que nos permitan avanzar en la solución de los grandes problemas nacionales. Es hora de empezar a ver con normalidad y sin preocupaciones la posibilidad real de una transición verdaderamente democrática.
Economista.
@esquivelgerardo